19/Apr/2024
Editoriales

El comercio de Monterrey

A finales del año pasado, en una plaza comercial de la Ciudad, encontré a mi amigo Mario Lazos que vive en Monclova. Venía acompañado de su esposa y luego de darnos un fuerte abrazo como se acostumbraba en los tiempos precovid, me dijo que vinieron ex profeso de compras a Monterrey. 

No pasé de largo tal “confesión” porque lo común era encontrar a amigos que anduvieran de compras en McAllen, o en lejanos centros comerciales. Pero Monterrey vuelve a ser ahora un importante destino turístico y comercial, donde se pueden comprar los más diversos artículos de calidad, y asistir a grandes espectáculos artísticos y deportivos.

Vuelve a serlo porque la nuestra ha sido siempre una Ciudad de negocios. Aunque la naturaleza original de estos fue la estafa, la humanidad ha consagrado al negocio del comercio como una de sus más nobles actividades, pues en el fondo, todos vendemos algo, y el comercio es posiblemente la más acendrada vocación histórica de Monterrey.

En el año de 1824 había en la Ciudad -de 12 mil 282 habitantes, y 83 mil 793 nuevoleoneses- catorce tiendas de ropa y treinta tendajos. En 1831 existían ya veintisiete, y 85 locales, respectivamente, de cada especialidad. Los comercios de ropa se incrementaron casi en un cien por ciento, y los tendajos casi el trescientos por ciento. La explicación es que la Ciudad estaba “desparramada” desde Pesquería Chica hasta García, y los comercios eran de importancia económica y centros de información oral entre los nuevoleoneses.

Además, de varios pueblos cercanos a Nuevo León, venían a “ajuarearse” a Monterrey. Durante la invasión norteamericana -tres lustros después-, pese a que la población disminuyó, se abrieron nuevas tiendas de estadounidenses que llegaron “de Nueva Orleans”, y al retirarse en 1848, esos negocios fueron reabiertos por comerciantes locales. Otro beneficio fue que la frontera “se acercó” potenciando esta actividad, pero aumentando el ancestral problema de esta región: el contrabando.

Los comerciantes fueron protagonistas de una anécdota revolucionaria. El 13 de marzo de 1915, se apersonó en la Ciudad el mítico revolucionario Pancho Villa, y los comerciantes organizados encabezados por Carlos Garza Cantú fueron a saludarlo. El Centauro del Norte los citó en el Palacio de Gobierno al día siguiente que era domingo.

Llegaron 150 comerciantes acompañados de los cónsules acreditados en la ciudad que algunos eran también comerciantes. Villa los recibió, “echándoles el caballo encima” con un discurso que los culpaba del encarecimiento de las mercancías y por eso la gente pobre no podía comprar ni lo mas indispensable.

Carlos Garza Cantú le espetó diciéndole que no, que los comerciantes eran solidarios con los que menos tienen y le explicó lo que por ellos habían hecho en los últimos años. 

-Bueno, como quiera dénme un millón de pesos pa’ la causa revolucionaria y que sea rápido, de ser posible hoy mismo...

Los comerciantes le dijeron que eso no era posible por ser domingo y que una cantidad de ese tamaño no la habían visto reunida nunca. Villa insistió y como Garza Cantú intentó regatearle, no fue lejos por la respuesta; salió el Doroteo Arango original, instruyendo a Felipe Ángeles que fusilara al dirigente de los comerciantes.

La intervención de Raúl Madero y otros villistas lo hizo desistir diciéndoles a todos que mejor se fueran a reunir el dinero, y que solo se quedaran como rehenes los de la directiva. Garza Cantú se ofreció a quedarse para que los demás directivos pudieran recolectar el dinero. Fue aceptada su solicitud y Villa preguntó si alguno quisiera quedarse a acompañar a su dirigente. Jesús Ferrara se anotó, siendo aceptado por Villa.

Una semana después, ante la inminente llegada de Obregón al frente de las tropas carrancistas, el 24 de marzo Villa abandonó la Ciudad, no sin antes tomar 280 mil pesos que los comerciantes habían colectado para que liberara a su presidente y a Ferrara

El fenómeno del contrabando hizo crisis en 1930 cuando los hermanos Santos, de la Industrial Fábrica de Galletas y Pastas, se quejaron con la autoridad de que sus productos no se vendían en Matamoros ni en Mexicali, debido a que el mercado estaba saturado por productos de contrabando.

Hay tanto de qué platicar del comercio, que después continuaremos. Lo cierto es que la competencia entre Monterrey y las ciudades fronterizas texanas por el mercado del noreste mexicano ha crecido, y quien lo dude, que le pregunte a mi amigo Mario Lazos.