03/May/2024
Editoriales

No se puede estar bien con Dios y con el diablo

Ignacio Comonfort de los Ríos es un personaje destacado en nuestra historia nacional, pues fue Presidente de la República de 1855 a 1857. Se trató de un hombre valiente en el campo de batalla, pero débil en la intimidad, pues era dominado por su madre, doña Guadalupe de los Ríos, quien tomó el liderazgo familiar a ala muerte de don Mariano Comonfort, padre de Ignacio. 

Era una mujer de la tercera edad, y el fiero militar la veneraba al grado de convivir con mujeres ancianas y condescender con los niños. Esta incómoda situación anímica le llevó a una relación clandestina con Carmen Lara, mujer con quien procreó dos hijas: Adela y Clara, a las que nunca reconoció refiriéndose siempre a ellas como sus sobrinas, para no mortificar a su madre y mucho menos intentó abandonarla para irse a vivir con Carmen.  

Pero eso sí, en el terreno de las armas, encabezó la revolución que derrotó nada menos que a Santa Anna, y en la política logró llevar a feliz término la promulgación de la Constitución de 1857. 

Sin embargo, como se puede deducir de sus antecedentes familiares, la indecisión era su característica.

Fue un Presidente de la República irracionalmente conciliador, inmerso entre dos aguas de sabores y cualidades diversas que podían ahogar a toda la nación, defecto que en cualquier persona es dañino, pero más en un dirigente de un país como el nuestro. 

Y resulta que al promulgar la nueva Constitución, el 5 de febrero de 1857, las broncas entre liberales y conservadores se agudizaron. Por un lado, la Iglesia amenazaba con excomulgar a quienes juraran la Carta Magna, y siendo presidente del país, Comonfort la había jurado; y por el otro, la corriente liberal exigía desterrar los privilegios y la fuerza política del clero. 

Así que, azuzada por un influente sacerdote, el padre Miranda, doña Guadalupe de los Ríos habló fuerte con su hijo diciéndole más o menos esto. _Aquí, sobre mis rodillas, te enseñé a pronunciar el nombre de Dios. 

_ yo empapé tu cabeza con las aguas bautismales y los óleos ungieron tus cabellos. 

_ Yo te llevé al pie del altar para que tomaras la hostia por primera vez, llevando el perfume de la fe católica. ¡Tú has sido creyente y lo sigues siendo todavía! ¿por qué derribar lo que has adorado y quemar en la llamarada de la impiedad tus creencias sagradas?

Así, poco a poco fue doblegando el indeciso corazón de su hijo que tenía que decidir: o su madre o la Nación. Decidió quedarse con su madre y el 17 de diciembre de 1857, apoyado por los conservadores, desconoció la Constitución que él mismo había jurado, dando inicio a la sanguinaria guerra de Reforma, que tantas vidas humanas costó.