04/May/2024
Editoriales

Un buen consejo para gobernantes y gobernados: no mientan

 

¿Jura usted decir la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad? Es la clásica pregunta que ante un jurado se realiza al acusado o testigo en un juicio en casi todas las culturas del orbe. Porque la mentira es el mango de todas las herramientas del  delito (y el pecado), y por ello se castiga el engañar a la autoridad. En la gran mayoría de las naciones, al gobernante que miente se le destituye ipso facto.

Saber la verdad necesario en casi todos los aspectos de la vida. Pocas cosas son tan ofensivas como descubrir que alguien nos engañó aunque, como en todo, hay grados, pues las mentiras pueden ser sociales, utilitarias o maliciosas.

En las mentiras sociales hay mucho de automaticidad; cuando se le dice a un enfermo ‘qué buen color tienes hoy’, no provoca daño; o ‘qué gusto verte’ cuando se siente lo contrario. En las utilitarias, se miente para sacar provecho inocuo: “gracias, ya comí” para no ofender, cuando el bocado no tiene buena apariencia, o la compañía no es deseada; y las maliciosas que se miente para sacar ventaja haciendo daño. 

Mi madre, doña Gaby, decía que algunas mentiras son una suerte de limosna moral.  Mentirle a alguien que está en franca decadencia para inyectarle ánimo: ‘Qué delgado te ves’ busca levantar la moral de un obeso.

Mentir es un rasgo que nos distingue de los animales, dice el francés Gilbert Maurey, autor de Mentir: ventajas y desventajas, señalando que las relaciones entre humanos serían imposibles sin mentiras. Se miente para salir de un lío, eludir una responsabilidad, por inseguridad o por placer. ‘Cuando la gente ve su autoestima amenazada, empieza a ocultar la verdad’, agrega.  Y afirma que desde los tres años de edad del humano se inicia en el mundo de las mentiras. 

Si un niño de cuatro años es mentiroso, es que tiene buen desarrollo cerebral, pero se debe vigilar que esa habilidad no se convierta en hábito. Porque al principio los niños no saben que hacen mal cuando desarrollan una fantasía, pues para ellos es una creación propia. Las fantasías son la base de los juegos infantiles, pero desde los cinco años los pequeños comienzan a darse cuenta de que mintiendo consiguen cosas o evitan castigos.

Muchas veces son los padres los culpables de iniciarlos en las mentiras, cuando le piden a un niño que salga a la puerta a decir que no están, cuando quieren evadir a alguien, o ‘que tu mamá no se entere’ y otros casos similares.

Todos los humanos mentimos entre 4 y 20 veces diarias. Pero hay autores que postulan tres tipos de mentiras: La mentira racional, que falsea la verdad por interés, que puede ser inmoral si se hace para dañar, o inocua cuando es para conseguir ventaja momentánea. Así, es inmoral que alguien le diga a una persona que su cónyuge la engaña, para dañar su matrimonio. Pero es inocua cuando se exagera alguna característica o virtud en una entrevista para conseguir empleo, por ejemplo. 

En las mentiras emocionales se dicen cosas que no corresponden a los sentimientos, como cuando alguien le dice a su pareja ‘Te amo’ sin sentirlo. Hay también mentiras conductuales, que se usan para decir que somos lo que en realidad no somos, como quienes mienten respecto de su edad, o de su árbol genealógico.

Para estar seguros de algunas declaraciones, suele utilizarse versiones del “Suero de la verdad”, la “Prueba del polígrafo”, “Exámenes de confianza” y otras que pretenden identificar posibles mentiras clave para conocer aspectos ocultos del individuo.

Soy de los que afirman que la mentira que es casi verdad, es la peor de todas las mentiras. Conozco gente que, en un relato lleno de verdades, filtra en medio de ellas un embuste, y así las verdades ‘legitiman’ la mentira. 

La maldad de una mentira radica en el fin con el que se efectúa; todos los criminales mienten, pero no todos los mentirosos son criminales. 

Los mitómanos mienten constantemente. La mitomanía es una patología que puede ser peligrosa pues al crear historias, hay quienes se hacen daño a sí mismos para sostener una mentira. El mitómano siempre miente buscando algún beneficio; su carácter es inestable y termina creyendo sus propias mentiras.

Hay mentirosos perjudiciales. En Estados Unidos el 32% de los procedimientos quirúrgicos son innecesarios; el médico miente para cobrar sus servicios. En París, según la Casa Real Inglesa, se modificó el parte médico del chofer de la Princesa Diana para que pareciera andar alcoholizado. Abogados que fingen gastos, dilatan los juicios, o se venden a las contrapartes, defraudan a sus representados. Ingenieros que mienten inflando cuentas, o utilizando materiales de baja calidad. Jorge Erdely en su libro Pastores que abusan dice que el 16.8% de los ministros religiosos -de todos los cultos-, mienten a sus feligreses sobre datos históricos, dogmas o manejo de limosnas. 

Hay maestros que mienten por ignorancia o no enseñan a sus discípulos por envidia o para no generar competencia. Existe igual la mentira industrial, común entre las farmacéuticas, que ofrecen productos milagrosos que muchas veces resultan hasta dañinas a la salud; y en el ramo de alimentos hay quienes dan “gato por liebre”.  

Platón en la República defiende la Mentira de Estado, considerando a las mayorías estúpidas para comprender y acatar decisiones necesarias para el bien común. Este concepto lo entienden bien algunos mandatarios, pues a guisa de ejemplo, Estados Unidos hizo creer al mundo que Hussein tenía armas nucleares y al final se comprobó que nunca habían existido. En otros casos desde el gobierno se miente rifando aviones a sabiendas de que nunca se va a entregar el premio. 

Fuentes.

Gilbert Maurey: Mentir: ventajas y desventajas; 

Revista New Scientist

Dr. Jorge Erdely: Pastores que abusan

Revista de la Escuela de Psicolgía de la Universidad de Oviedo CONOCIMIENTO SOCIAL DE LA MENTIRA Y CREDIBILIDAD. Psicothema, año/vol. 12, número 002. Universidad de Oviedo. Oviedo, España pp. 23