27/Apr/2024
Editoriales

¿Qué crees que pasó?

Octubre 1º de 1892: Se funda El Banco de Nuevo León, primera institución bancaria local. De 1890 a 1910 se dio la primera gran industrialización de Monterrey, y urgía su apertura por lo que, con capital de 2 millones de pesos entre 20 mil acciones, Don Evaristo Madero invirtió convocando a Marcelino Garza, Constantino de Tárnava, y a Ernesto Madero a que hicieran lo propio. Se nombró director a Viviano Villarreal y se abrieron 18 sucursales en Tampico, Ciudad Victoria, Laredo, Sierra Mojada, Matamoros, Ciudad Porfirio Díaz (hoy Piedras Negras), Monclova, Torreón y Cuatro Ciénegas. Su perfil era de un Banco de desarrollo, prestando dinero para productores agrícolas, mineros y urbanos.

A pesar de que desde 1855 la Ley de Administración de Justicia y Orgánica de los Tribunales de la Nación del Distrito y Territorios (Ley Juárez) regresó la jurisdicción mercantil a los tribunales civiles, el abrogado Código Lares seguía impulsando a la economía regiomontana. Entre 1854 y 1890 fueron comunes los protocolos notariales sobre libranzas y letras de cambio. En 1884 se publicó un segundo código de comercio que se remplazó hasta 1990, y como había en Monterrey desde 1892 algunos comerciantes prestamistas, algunos de ellos se convertirían en banqueros. Del creciente movimiento económico de Monterrey prosperó el uso de la Letra de Cambio que se utilizaba para pagos en otras ciudades. Sin embargo, la revolución mexicana intervino casi todos los bancos del país, y ese vacío lo llenaron algunas casas particulares, como las de Guillermo López (1913), Ramón Elizondo (1914), Sada Paz Hermanos (1916) y Adolfo Zambrano e Hijos(1917). Al instalarse Venustiano Carranza al frente de las instituciones nacionales, se creó la Comisión Reguladora de Instituciones de Crédito para vigilar el cumplimiento de la ley que restringía la emisión de billetes, misma que incautó en 1916 a los bancos de Nuevo León y el Mercantil de Monterrey. En la post revolución abundaban bilimbiques y billetes de grupos revolucionarios, como el de Francisco Villa, por ejemplo. Debido a esto, los gobiernos de Obregón y Calles, reconstruyeron el sistema bancario en base al crédito para el desarrollo, actividad prginal del Banco de Nuevo León. Nacieron, en 1922, la Compañía Mexicana de Préstamos Acumulativos de Monterrey, y en 1927 el Banco Comercial de Monterrey.

Y se revitalizaron el Banco de Nuevo León y el Banco Mercantil del Norte. Dos personajes nacionales empujaron el resurgimiento de la banca regiomontana: Aarón Sáenz y Manuel Gómez Morín, posibilitando el nacimiento del Centro Bancario de Monterrey. La crisis mundial de la Bolsa de Valores fue dramática, pero también modernizadora de la banca local, pues en 1935 inició otro auge de la Banca regiomontana con la creación de la Bolsa de Valores de Monterrey, que operó desde 1950, hasta 1974. En la década de los años 40 del siglo XX el Banco de Nuevo León se fusionó con Banco Mercantil de Monterrey.

De 1950 a 1970 florecieron otras instituciones bancarias locales, pero con  la devaluación de 1976, la paridad pasó de 26 a 47 pesos por dólar, además de la caída de los precios del petróleo, y la moratoria de la deuda externa propiciaron la nacionalización de la Banca en 1982, nacionalizándose siete bancos regiomontanos: Serfín, Banpaís, Banco Mercantil del Norte, Banco Regional del Norte, Banco Monterrey, Banco Popular y Bancam. Hasta que Carlos Salinas en 1990 privatizó la banca resurgiendo banqueros regiomontanos como Eugenio Garza Lagüera -compró Bancomer-; Adrián Sada, -Serfín-; Jorge Lankenau, -Confía-; y Roberto González, -Banorte-.  Pero con la apertura para que ingresara capital extranjero a la banca, los regiomontanos perdieran el control de los bancos. Confía pasó a Citibank, Serfín fue comprada por Santander, y Bancomer por Banco Bilbao Vizcaya. Sólo Banorte –que adquirió IXE en 2010- Afirme, y Banregio son los representantes de la banca local, más algunos bancos nuevos como Bancrea, y otros. Para muchos regiomontanos, el mejor banco ha sido el Banco de Nuevo León, pues el trato afable y personalizado no tiene parangón con el que hoy prevalece en esas instituciones.