04/May/2024
Editoriales

Con sólo pensar en la traición, ya se consumó

La política es una actividad que potencia las bondades de una sociedad organizada cuando se practica con honestidad, limpieza y lealtad.

 Sin embargo, desde antiguo entre los políticos de todos los tiempos y nacionalidades, han proliferado las concupiscencias y las traiciones.

 No sólo en nuestro estado se ha visto que un gobernante sea traicionado por funcionarios que él formó, ni candidatos que llegan al poder por un partido político y ya estando en el ejercicio de su puesto se convierten en partisanos de su partido.   

 Hay ejemplos clásicos y uno de ellos es el protagonizado por el gran corso Napoleón y el zar Alejandro de Rusia, quienes negociaron en 1807 la paz en Tilsit, trepados en una balsa en medio del río Neiman, Rusia. 

 El ambiente entrambos jefes de estado era de respeto, pero al mismo tiempo ya entrados en confianza se dijeron palabras fuertes sin que se consideraran una ofensa.

 Así que con esa nueva confianza, el zar le pidió al de Córcega una condecoración para cierto general ruso llamado Benningsen, quien Napoleón sabía que era uno de los participantes en el complot del asesinato de Pablo I, padre del mismísimo zar Alejandro.

  Napoleón se quedó pensando al recibir la petición y tras unos instantes de reflexión le dijo al zar:

 _’Señor, daré gustoso una condecoración e incluso hasta la Legión de Honor, a cualquier soldado que usted me proponga, pero no me pida por favor, que honre a un hombre que osó levantar la mano contra su señor y legítimo soberano. Nunca el siervo contra su señor; nunca más’.

   El zar enmudeció ante la dura lección de moral política y, apenado con los ojos gachos sólo balbuceó diciendo que continuarán las negociaciones.