El mal olor de boca ha sido motivo de graves problemas. Antiguamente esa fetidez se soportaba sin mayor problema, debido a que entre los malos olores tal vez no era el peor. La gente no se lavaba. Esto se ejemplifica siempre con la actitud del monarca Luis XI de Francia que sólo se bañó una sola vez y eso por recomendación urgente de su médico Coictier. Y también la costumbre de Luis XVI quien se bañaba sólo cuando se enamoraba de una nueva persona. El pueblo imitaba a sus monarcas, y como entre éstos había muchos excéntricos, imagine usted lo nauseabundo del ambiente social. La ropa de los ricos era recamada de hilo de oro y pedrería por lo que no se podía lavar, así que los vestidos de las damas distinguidas pronto se abandonaban por los olores repugnantes de sudores y otras sustancias que eran realmente insoportables.
Los desodorantes antiguos eran el limón y la canela, poca cosa ante semejante problema. Los propios cosméticos eran proclives a corromperse al ser de sustancias orgánicas, así como los coloretes de labios que terminaban por dañar los dientes y provocaban un olor pestilente de boca, mismo que en el siglo XVI, el médico sevillano Nicolás Monardes combatía con tisanas del novedoso tabaco. Aunque el cepillo y la pasta son productos antiguos, fue hasta finales del siglo XIX cuando comenzaron a tomarse medidas reales de combate a la halitosis, o fetor ex ore, que significa fetidez en la boca.
Lo común era masticar hojas de salvia o entretener en la boca semillas de perejil. En los pueblos del Mediterráneo se lavaban la boca con tisanas de hierbas aromáticas para inhibir el olor a podredumbre. Desde luego que se desconocía entonces que el mal olor es generado por un desarrollo microbiano en la boca, por lo que se buscó un antiséptico bucal, pero eso fue hasta el siglo XIX. Antes, sólo se hacían gárgaras, recomendadas por científicos como Juan Fragoso, el cirujano de Felipe II, que era además un gran botánico, y recomendó en De sucedaneis medicamentis cocer ciertas hierbas y hacer gárgaras hasta que la boca quedara impregnada de ese olor. Andrés Laguna, médico de Carlos V recetaba gárgaras de zumo de plantas cocidas con miel para las inflamaciones de la boca y su respectivo olor fétido.
En fin, el hito de esta historia llegó en 1880 cuando el médico de Missouri, Joseph Lawrence, preparó un líquido anti bacteriano cuya fabricación delegó a la Lambert Fharmacal. Para comercializarlo, se bautizó al producto con el nombre de Listerine, pues el prestigiado doctor inglés Joseph Lister fue quien introdujo en el siglo XIX las drásticas medidas sanitarias en los quirófanos. Antes de estas medidas, el 90% de los operados morían y muchos eran a causa de infecciones tomadas en la misma mesa de cirugías. Dato curioso es que una conferencia que dio en 1876 en Estados Unidos el médico Lister asistieron además de Lawrence –inventor del Listerine- el inventor del vendaje antiséptico y los apósitos James Johnson, el primero que fabricó los famosos “curitas”. El Listerine desplazó a los chicles, a las pastillas de menta, y a los sprays. Hay culturas aún que piensan que una persona con mal aliento es alguien “podrido por dentro”. Entre los judíos hay ayunos largos como el del Yom Kippur, y después se acostumbra enjuagarse la boca con sustancias olorosas disueltas en agua.