20/Apr/2024
Editoriales

Para un mal, otro mal menor

 

 

El avance de la ciencia ha sido algunas veces tortuoso. Ha conseguido soluciones arduas a problemas difíciles y cuando se encuentran otras más sencillas nos martirizamos por haber aceptado soluciones que en su momento fueron extraordinarias. Tal es el caso de esta terapia médica alarmante, que inyectaba estreptococos, estafilococos y luego tuberculosis llegando al extremo de inyectar sangre de una víctima de malaria a un paciente sifilítico en avanzado estado de paresis. Estas dos historias se apoyan en una misma tesis médica y se publicó en un artículo del conocido bioquímico W. E. Van Heyningen, en Trends in Biochemical Sciences, N117, agosto de 1979. 

En la Suecia de 1927, Hofrat Julios Wagner-Jauregg, de Viena, estaba sentado en un compartimiento de un vagón de ferrocarril esperando que el tren lo llevara a Estocolmo donde recibiría el premio Nobel de Medicina. Se lo había ganado por su descubrimiento del tratamiento a los enfermos mentales elevando sus temperaturas (en realidad provocándoles fiebres en forma de malaria). Mientras esperaba la partida, una señora entró en el compartimiento y se sentó frente a él. Entablaron una conversación y resultó que la señora también iba de camino al Royal Palace de Estocolmo y que también ella recibiría el premio Nobel. El suyo era el Premio de Literatura; era la poetisa sarda Grazia Deledda. Ella había escrito una historia de amor sobre un joven que estaba loco, y en su locura tropezaba con pantanos de Macedonia, se empapaba y sobrevenía una fiebre alta y así se curaba de su locura.