02/May/2024
Editoriales

Las engañifas de la política

Cuando Porfirio Díaz renunció -el 25 de mayo de 1911-, la revolución se declaró triunfadora. Sin embargo, los porfiristas continuaron en el gobierno, pues el interino León de la Barra, con la inacción de Madero, inició la tarea de desarmar a las fuerzas revolucionarias con base en los Tratados de Ciudad Juárez. 

La oposición a esa medida gubernamental se inició con el caudillo del Sur, Emiliano Zapata, quien condenaba la orden de desarmar a los campesinos. 

Esto era explicable porque Ambrosio Figueroa y el propio Zapata habían armado a los campesinos del sur y sospechaban que ya sin armas entre sus aliados del campo, su liderazgo se diluiría. 

El presidente Francisco I. Madero asumió el poder en noviembre 6 de 1911, periodo que debía finiquitar el 30 de noviembre de 1916. Pero resultó que Madero no sabía cómo desembarazarse del grupo porfirista que seguía incrustado en el gobierno, y que terminó asesinándolo.  

Pascual Orozco, que había luchado a favor de Madero, igual se rebeló contra su presidencia, apoderándose de casi todo Chihuahua. 

Ante esto, Madero reaccionó mandando nada menos que a Victoriano Huerta a combatirlo quien logró derrotarlo, con lo que creció la figura de Huerta ante Madero.

Como se sabe, Victoriano Huerta era un militar ambicioso que buscaba la oportunidad de hacerse del poder, y sería el ejecutor de un golpe de estado que incluía el asesinato del presidente Madero y el vicepresidente Pino Suárez, inaugurando una nueva etapa de la revolución mexicana. 

La lucha más cruenta se dio a partir de ese momento, primero contra Huerta y después, entre los mismos revolucionarios que peleaban por el poder. 

La Revolución Mexicana fue un curso intensivo de política, donde se vio con toda claridad las perversas engañifas de los enemigos embozados que buscan hacerse del poder.

Y entre otras muchas lecciones, quedó bien claro también, que no se puede gobernar con enemigos incrustados en el aparato de gobierno.