04/May/2024
Editoriales

Una histórica lección para el pueblo bueno de Inglaterra

Oliver Cromwell (1599 – 1658) fue un líder realmente extraordinario, que pudo acabar con la monarquía inglesa. Tomó por la fuerza el poder decapitando al rey Carlos I, obligando al parlamento que proclamara la Primera -y última- República de Inglaterra, a la que le llamó Mancomunidad de Inglaterra –Commonwealth of England-nombre que sobrevive hasta la actualidad para sus ex protectorados con fines comerciales. 

Sin embargo, Cromwell se creció tanto que el 20 de abril de 1652 disolvió el Parlamento. 

Ingresó a la sala de sesiones y les llamó borrachos a unos parlamentarios (diputados) y a otros les dijo bandidos y los echó a la calle a todos, cerró el edificio y puso en renta el edificio. 

En lugar de utilizar la diplomacia, todo lo hacía en nombre del pueblo y con el apoyo del ejército, al que estimulaba con incentivos de todo tipo. 

Se hizo nombrar Lord Protector, y enfrentó a sus enemigos internos -que eran cada día más-, y externos -arrasó con Irlanda y Escocia-, pero no contaba con su humana fragilidad.

Una enfermedad renal, complicada con malaria lo llevó a la tumba el 3 de septiembre de 1658. 

Y fue hasta entonces cuando el pueblo inglés dejó de temerle, levantándose para derrocar a su heredero -Richard, hijo del tirano-, acabando con el protectorado e instalando al rey Carlos II en el trono de Inglaterra. 

El final de Cromwell fue desastroso, pero hasta que murió de enfermedad, no porque los ciudadanos se hayan organizado para deponerlo. 

La historia registra que en 1661 los restos de Cromwell fueron exhumados de la abadía de Westminster, para colgar su cuerpo y decapitado.