30/Apr/2024
Editoriales

Aventar la toalla

Hace un par de semanas asistí a una función de box, invitado por mi amigo el regidor Carlos Barona, en la que hubo varias peleas antes de la estelar.

En una pelea previa, luego de un intercambio de golpazos, un contendiente seguramente adolorido, sólo se escabullía del adversario, hasta que el mánager del golpeado aventó la toalla al centro del ring y en ese momento el réferi suspendió la pelea, declarando triunfador a quien la dominaba. 

Se dice que esta costumbre viene desde la Roma antigua cuando los gladiadores que se rendían tiraban su toalla en señal de solicitud de clemencia.

La toalla es una pieza de algodón u otro material que utilizamos para secar el cuerpo de la humedad, y cuando se arroja al suelo se interpreta como declaratoria de rendición.  

Su denominación es de origen bárbaro. Se tiene noticia de que en la Roma del siglo II, las mujeres usaban toallas hechas de algodón teñido. En Pompeya, la ciudad sepultada por la lava del volcán Vesubio en el siglo I, se encontraron frescos entre las ruinas alusivas a las toallas, como accesario de lujo. 

En Egipto el faraón secaba su cuerpo con toallas de color rojo subido, o de azul añil, fabricadas de lino o de algodón, aunque en ciertas culturas antiguas se usaban las tualias, trozos de lienzo para secarse las manos. 

Ya en la Edad Media se podían usar como mantel o como servilleta. Se consideraba como un gran regalo de bodas, obsequiarle una toalla a la novia. 

En el libro de Aleixandre, poema castellano del siglo XIII, se dice que no se puede concebir una buena mesa sin unas toallas cubriéndola a guisa de manteles de vivos colores. “Tales barbas, tales tobayas” decía un dicho de la época. 

En el siglo XVI, las toallas de lujo se elaboraban con terciopelo, y de lino. 

Hoy día, con la irrupción de los materiales sintéticos, las toallas de uso diario están hechas de felpa, un tejido absorvente, elaborada de algodón, microfibra y poliester.    

En lo personal, a mí me gustan las toallas ásperas, no demasiado, pues las muy suaves no me secan bien. Esto lo empecé a notar después de los sesenta años, dándome la impresión que mi piel está ahora más porosa…, pero esa es otra historia. Por lo pronto espero aventar la toalla al suelo hasta que el Creador me permita alcanzar mis objetivos de vida.