Editoriales

Las audiencias públicas

El maharajá era un príncipe indio. A finales del siglo XVIII a pesar de que los territorios que integraban sus dominios habían disminuido severamente, en el noroeste de la India, específicamente en la ciudad de Usalpur, cuando convocaba el maharajá Bhim Singh acudían absolutamente todos los poderosos dignatarios más poderosos del país.               

El protocolo era impresionante y largo de explicar, pues incluía desde la vestimenta de los dignatarios hasta la del príncipe. Destacaré lo más exótico, como por ejemplo que cada noble tenía su turno para ponerse de pie y debía acercársele y ofrecerle una moneda de oro sobre un pañuelo, jurándole lealtad con las palabras “yo soy tu hijo. Mi cabeza y mi espada están a tu disposición”. A continuación, seguían los miembros inferiores de la nobleza, quienes ofrecían también pruebas de su lealtad al príncipe.

Es que el antiguo código hindú de la realeza establecía que el maharajá era “el padre” de todos sus súbditos. Pero así como “su familia” debía obedecerle ciegamente, él tenía la obligación de escuchar sus cuitas, resolver sus disputas y darles protección. Los príncipes sensatos conservaban la lealtad de sus súbditos viajando por el reino durante los meses más benignos del invierno para convivir con los suyos. Para escuchar sus cuitas los súbditos hacían cola para hablar con el príncipe, dando comienzo a la costumbre de que los gobernantes deben tener audiencias públicas para poder escuchar los problemas de los gobernados. Es importante aclarar que este tipo de gobierno en la India desapareció para siempre cuando los ingleses que tenían ocupado el territorio de la India, se retiraron.