Editoriales

Napoleón el grande

Casi 25 años de conflicto europeo conocido como las guerras napoleónicas iniciaron en agosto de 1792, cuando Austria y Prusia atacaron Francia. Gran Bretaña y sus aliados europeos se unieron en 1793 y en diciembre de ese año, Napoleón Bonaparte apareció públicamente por primera vez destacando fuerte en la reconquista del centro naval de Toulon, que Gran Bretaña tenía en su poder.

Así, a sus 24 años, Napoleón Bonaparte era ascendido a general de brigada por sus méritos en batalla. Y de ahí pa’l real, su nombre aparecía siempre en todos los conflictos, como cuando se aplastó a una muchedumbre realista en París en octubre de 1795 con su famoso “tufillo a metralla”. Lideró la campaña contra los austriacos en Italia de 1796 a 1797, obligándolos a entregarle los países bajos austríacos (hoy Bélgica). Cierto que en Egipto 1798 fracasó frente a los británicos, pero no se amilanó, por el contrario, en noviembre de 1799 ya era “primer cónsul” con grandes poderes tiránicos.

En 1804, Napoleón horrorizó a sus admiradores republicanos al proclamarse emperador como Napoleón I, pues había medido su popularidad entre el pueblo, no sólo en el ejército. Y aunque su plan de invadir Inglaterra se frustró por la flota de Nelson en Trafalgar de 1805, Napoleón derrotó a austríacos, rusos y prusianos, firmándole todos ellos en 1809 su filiación, dejando sola a Inglaterra en su contra, en ese momento casi toda Europa occidental, meridional y central estaba ya bajo su control, como reinos gobernados por su familia (España y Nápoles, por ejemplo), o como estados independientes como la Confederación del Rin en Alemania, que reemplazó al sacro imperio. Sin embargo, mandar a España en 1808 a su hermano José como rey (“Pepe botellas” le decía el pueblo español por su afición al alcohol), fue un grave error pues hubo de enviar demasiadas tropas a combatir la resistencia española que como guerrillas le hacían frente.

Y luego su craso error de invadir Rusia le trajo enormes problemas, pues aunque su Grande Armeéfrancesa derrotó militarmente a los rusos en Borodino, el invierno lo derrotó a él, gracias a la terrible estrategia rusa de “tierra quemada” en su retirada rumbo a Moscú, pues las huestes de Napoleón no encontraban techo ni alimentos para protegerse del frío. Medio millón de soldados franceses habían marchado a Rusia y regresaron menos de la décima parte. Así que ello convenció a Prusia y Austria de aliarse con Gran Bretaña contra Napoleón y le derrotaron en Leipzig en 1813, para que en 1814, el duque de Wellington, que por años había combatido a los franceses en la península ibérica, condujo a las fuerzas británicas que atravesaron la frontera con Francia.

Ya con París en manos de los aliados, Napoleón abdicó y fue exiliado en la isla de Elba, frente a las costas italianas. Hasta que, al ver a una monarquía francesa restaurada impopular, Napoleón regresó del exilio a probar suerte de nuevo. Aglutinó al ejército en su derredor y en junio de 1815 se enfrentó a británicos y prusianos en Waterloo, que fue según versión de Wellington, fue una lucha ajustada, pero al final Napoleón fue derrotado, capturado y enviado ahora a la isla de Santa Elena, en el Atlántico sur de la que ya no salió jamás. Hoy día Napoleón sigue siendo muy respetado en Francia y en muchas partes del mundo, al grado que su tumba en Les Invalides en París, ya es una especie de santuario del más sagrado de los sentimientos franceses: la glorie. Muchos lo consideran un coloso, un hombre gigantesco, aunque otros lo denigran a tirano que en nombre de la libertad esclavizó al mundo. ¿Qué dirá la historia? Preguntó Napoleón en cierto momento de gloria ¿Qué pensará la posteridad? Dijo. Esas cuestiones dibujan de cuerpo entero a Napoleón Bonaparte, un hombre pagado de sí mismo que, sin embargo, supo ser realmente grande.