25/Apr/2024
Editoriales

Los insecticidas

Una visita al rancho es muy saludable, un verdadero festín para los sentidos. Ver los diversos tonos del color verde, escuchar los sonidos del silencio, respirar aire limpio y tener un espacio para pensar sin interrupciones, es recomendable ahora que estamos en el modo de no contactos con personas por la pandemia del Coronavirus, pero… los insectos son un grave inconveniente, sobre todo en la mejor temporada del año, la entrante primavera y el verano. 

La existencia de los insectos, lo hemos comentado ampliamente, es indispensable para la cadena alimenticia, pues con ellos se alimentan otras especiees, incluso el propio hombre. Pero las incomodidades que les acompañan hacen algunas veces la vida campirana insoportable, y esto ha sido desde siempre. Los mosquitos en sus muchas variedades y los piojos, han sido vehículos transmisores de graves enfermedades y pandemias. Nada más el ejemplo de los piojos, que con dos hembras pueden infestar a una persona porque se reproducen miles de veces al mes, y sin tratamiento médico no es posible eliminarlos manualmente. Se habla de varios personajes históricos que murieron de esto, como Herodes, Platón, Juliano el Apóstata, y otros grandes. Desde el siglo IX adC. Homero ya relataba los resultados que daban los tratamientos con azufre; y Plinio en el siglo I adC. recomendaba el arsénico contra las plagas.

En China los combatían hace veinte siglos con sulfuro de arsénico y polvo de crisantemo o pelitre. En campo abierto el mejor insecticida es natural, un pájaro insectívoro, el herrerillo, consume a lo largo de su vida unos seis millones y medio de insectos. Las golondrinas y otros pájaros con el mismo apetito devoran milones de moscas y mosquitos diariamente; por eso había gente acaudalada que tenían algunos de esos animales revoloteando en sus dormitorios. Por cierto, los antropólogos dicen que la costumbre de tener pájaros en casa de ahí viene. Ya en el siglo XIX se utilizaban para combatir a los insectos todos los productos imaginables, como el polvo de crisantemo, el tumbo de Brasil, el nikoe de las Guyanas, que contiene rutenoma, elemento que actúa sobre el sistema nervioso de los bichos, mismo que para ellos es vital.

Para el siglo XX pegaron mucho los polvos del doctor Vicat que combatían a los insectos en los hogares. El DDT (dicloro, difenil y tricoroetano) entró fuerte en 1930, y Paul Müller lo relanzó en Suiza, valiéndole el premio Nobel. Este producto sirvió mucho en 1939 contra la malaria y contra el tifus al iniciar la II Guerra Mundial. La epidemia de tifus en la ciudad de Nápoles en 1943 se controló de inmediato rociando DDT a personas, y a lugares de posible contaminación. Desde 1941 había llegado el spray sustituyendo al aerosol que, a su vez, fue inventado por el noruego Erik Rotheim, consistente en la división de un líquido contenido en un recipiente en partículas al añadir a presión el gas freón. Ya para mediados del siglo XX era de uso común hasta que se descubrió que acababa con la capa de ozono. Fue en 1975 cuando apareció el producto francés Decis, o deltametrina, un insecticida cien veces más poderoso que el DDT y sin sus inconvenientes, así que a partir de 1982 su uso es universal. Pero luego llegaron una serie de aparatos que eliminan insectos como son lámparas que los fríen o sonidos ultrasónicos que los alejan. Lo cierto es que la lucha contra los insectos la estamos perdiendo al ganarla, pues como se ha demostrado, son muchísimas las especies indispensables para que el equilibrio natural de sostenga en bien de nuestra subsistencia.