28/Apr/2024
Editoriales

Cuidado con el Ego Parte 5

El Ego de los artistas

Leonardo Davinci y Miguel Ángel Buonarroti representan la más acabada versión del genio, y son la mejor cosecha del renacimiento. Davinci fue pintor, arquitecto e ingeniero que revolucionó la mecánica, la anatomía y el arte de la guerra, además cantaba y era poeta. Miguel Ángel era escultor, pintor, poeta y un arquitecto que amasó buena fortuna económica. 

Pero tenían un defecto en común: la soberbia desarrollada por su ciclópeos Egos, a pesar de que ambos eran dueños de espíritus excepcionales y profundos. Leonardo nunca aceptó pintar algo con lo que estuviera en desacuerdo y Miguel Ángel -que era hipocondriaco-, producía obras que no se parecían a sus modelos; las esculpía como él deseaba que fueran. 

Leonardo, de treinta años de edad, escribió una carta al regente de Milán, Ludovico, quien solicitaba pintores, escultores, dibujantes, arquitectos, ingenieros y poetas, ofreciéndole todas esas profesiones en su sola persona. Presumió capacidad para construir puentes y edificios, fabricar bombarderos, morteros, catapultas, barcos, esculturas y pinturas; todo era cierto, pero elogio en boca propia es vituperio.

Mientras Miguel Ángel era un personaje huraño al que no le importaba vivir como pobre siendo hombre rico. Su llamada terribilitá lo llevaba al esfuerzo máximo en cada obra, y desfallecía al finalizar cada una de ellas.

La vida sexual de estos genios tiene cierto parecido: Leonardo no apareció nunca con mujeres; alguna vez fue acusado de homosexualidad. Y de Miguel Ángel sólo se sabe de su amor platónico por la marquesa de Pescara. De ahí que algunos psicólogos afirmen que los idólatras tienen miedo del amor pues sienten que el Ego los amenaza.                                  

Miguel Ángel era un hombre fuerte pero a veces tímido. Cuando Carlos VII, rey de Francia se dirigía a Florencia con su ejército, huyó a Venecia y luego a Bolonia. Leonardo en su juventud era tan sensible que no aceptaba que se matara a los animales ni se lastimara a ningún ser vivo. 

Davinci soñaba con volar, pues el deseo fundamental del Ego es suplantar a Dios. Decía que los pájaros eran superiores al hombre y sus tesis sirvieron siglos después para la aventura aérea de la humanidad. Miguel Ángel fue criticado por pintar desnudos en los templos; su Ego le llevó a aducir que la inocencia es una blasfemia contra Dios. 

En el año 1503 ambos compitieron en pintura de frescos. Ganó Miguel Ángel, pues Leonardo equivocó la técnica y, herido, abandonó la empresa. Y ese duelo jamás terminó, pues los Egos pueden chocar en cualquier situación, pero como es imposible que el espíritu choque en lo absoluto, sus enormes espíritus artísticos se asociaban.

Cuando Miguel Ángel sintió que la muerte llegaba, atemorizado y ayudado por su discípulo Luigi Gaeta reunió los bocetos, maquetas y dibujos que tenía en su taller y los quemó pues no quería que nadie supiese cuáles eran sus sueños artísticos, tal vez por temor a que alguien los terminara. Lo que el Ego forja se lo guarda para sí.    

Como quiera después de su muerte aparecieron varios bocetos y dibujos que había entregado a sus clientes y otros que se rescataron de aquí y de allá, pero sin el valor de la fuerza del genio aplicada a una obra de arte acabada. El Ego de Miguel Ángel buscaba inmortalidad y lo consiguió al alto precio de una vida solitaria. 

La muerte de Leonardo Davinci fue diferente, pues heredó sus obras y documentos a Francesco Melsi, su discípulo predilecto, quien no publicó sus obras inéditas, repartiéndose los viñedos de su propiedad entre él, y otro compañero también discípulo de Leonardo. Sin embargo, en los 50 años posteriores a la muerte de Leonardo, se perdieron más de 30 mil documentos originales de toda su sabiduría. 

Miguel Angel y Davinci tuvieron el Don de la Creación artística y científica. El David y los frescos de la Capilla Sixtina; la Gioconda y la Última Cena, son obras representativas de estos dos genios. Crearon muchas más imitando a la obra divina, pero como el Ego quiere que la percepción de los hombres se limite a sus cuerpos, no apreciaron cabalmente que los grandes rayos celestes los acercaban a Dios, y las guardaron para sí mismos.