Editoriales

Bill Gates

A pesar de tener apenas 63 años de vida, su nombre ya es un clásico para cualquier estudio de negocios. Su fortuna no es de 90 mmdd como se evalúa, sino que su marca personal así como la de su empresa Microsoft son invaluables pues el nuevo rey Midas es un concepto que le queda chico.

No repetiré la brillantísima carrera que iniciaron Bill y Paul Allen cuando de niños se hicieron amigos, vueltos locos con los ordenadores de Lakeside, compitiendo con otros chiquillos por el tiempo que debían pasar frente a la novedad electrónica.

Sus 19 años de edad –dos menos que Allen- le dieron la energía y el coraje para abandonar a la universidad de Harvard porque se desilusionó al no encontrar a personas más inteligentes que él, pues en el fondo lo que ansiaba era aprender.

Cuando Gates estuvo en Harvard, leía libros empresariales, mientras sus compañeros leían Playboy. Resulta que un día, Allen se topó con un artículo en Popular Electronics acerca de un “ordenador personal” que construía una empresa llamada MITS en Nuevo México, y de inmediato ambos se trasladaron hacia ella.   

Con su entusiasmo y nivel competitivo, en menos que canta un gallo ya estaban en tratos con esa empresa para diseñarle un software y lo consiguieron con el BASIC.

Paradójicamente, cumplido su primer objetivo, de inmediato se fijaron otro: zafarse del compromiso con MITS para vender su producto a otras empresas.

Era tan atractiva su presentación y tan eficiente su diseño que pronto las grandes empresas como General Electric y NCR se interesaron, y ahí comenzó el juego grande.

Inició un vértigo de crecimiento al grado que Microsoft se trasladó a Seattle para estar más ceca de los padres de Gates, cuando Bill tenía dos ambiciones: diseñar un software  que hiciera que un ordenador se pudiera usar tan fácilmente que incluso lo pudiera usar su madre pues veía que la empresa podría crecer más que la firma de abogados de su padre.

Cuando en 1981 Bill Gates llegó a un acuerdo con IBM para su Goliat, Microsoft ya estaba en las grandes ligas empresariales.

Y nació la leyenda cuya cabeza hoy se preocupa más en inventar programas filantrópicos que productivos, pues ya tiene en sus filas laborales a otros genios que investigan y algún día fundarán su propia empresa para desbancar a Microsoft.