Nos escandalizamos cuando vemos ahora que un político cambia de partido como si cambiase de camisa, sin ningún rubor.

Pero esas peripecias siempre se han presentado y no sólo en nuestra tierra, sino en todo México y hasta me atrevería a decir que en todo el mundo, pues la naturaleza humana tiene amplios rangos de criterios que permiten actuar en forma imprevista cuando hay algún cambio repentino que modifica el sentimiento de eso que se llama lealtad.   

Tal es el caso de Pánfilo Natera (1882 – 1951) un revolucionario que, de no haberlo sido, sería un desperdicio de nombre. Nacido en San Juan de Guadalupe, Durango, al estallar la revolución no lo pensó dos veces para incorporarse luchando contra el huertismo y en contra de Pascual Orozco. 

Pronto su nombre comenzó a escucharse en muchas poblaciones del norte de México, debido a su participación destacada en las campañas de Zacatecas, Aguascalientes, Jalisco, y Durango. 

Poco a poco fue sumando en su derredor a revolucionarios importantes, como Roque García, Pedro Caloca, Tomás Rodríguez, y José Trinidad Cervantes. Tras un par de fracasos, Natera volvió a animarse a tomar Zacatecas, y llegó a su objetivo el 4 de junio de 1913. 

Descansó a su tropa y a sus caballos, y antes de amanecer el 5 de junio entró con toda la fuerza a Zacatecas, y en breves horas la pelea se inclinó a su favor, pues después del mediodía la mayoría de los federales habían huido rumbo a Aguascalientes por lo que la batalla terminó al anochecer del día seis de junio. 

Así, un triunfante Pánfilo Natera llegó a la Convención de Aguascalientes bien amarrado con Pancho Villa y ladino como era, en 1915 se sumó a Carranza y a su ejército constitucionalista. 

Así fue gobernador de Durango y al término de su periodo gubernamental, se fue a vivir a la ciudad de México. ¡Que nunca muera Natera! Gritaban los suyos, claro, los beneficiados directamente en su gobierno.

Deseo dejar constancia de que cualquier parecido a ciertos personajes políticos actuales es mera coincidencia.