Un fanfarrón ignorante era muy buen vendedor, y entre sus seguidores-víctimas estaban a tres hombres del Turquestán (región de Asia Central de naciones ex soviéticas cuyos nombres terminan en “istán”, como Kazajistán etc.) que querían viajar a Irán, para visitar un lugar santo, depositario de toda sabiduría.
Como no existe ninguna persona fraudolenta sin el don de la simpatía, que aprovecha para timar, esta no era la excepción. Cuando ya los tenía arrobados con su carisma y verborrea los convenció de que el idioma persa era muy sencillo, que todo se reducía a tres palabras.
Como estos tres inocentes querían viajar a Irán para visitar un lugar santo, depositario de toda sabiduría, le creyeron y le pagaron el curso de idiomas. Cada uno de ellos se aprendió una de las tres palabras básicas: “Nosotros”, “no éramos”, y “felices”, que eran supuestamente la clave de todo ese idioma. Se fueron y al llegar a Jorasán (provincia de Irán), se encontraron con un hombre muerto que yacía en el suelo. Desmontaron para mirar el extraño espectáculo. Momentos después llegaron varios habitantes de Jorasán y les preguntaron que quién había matado a ese hombre.
_Nosotros, dijo muy orondo el primero de los viajeros.
Inmediatamente los llevaron detenidos ante la autoridad. Y el juez preguntó:
_¿Por qué estaban rodeando al cuerpo del muerto?
El segundo viajeron respondió
_Nosotros no éramos.
_Eso es una mentira, dijo el Juez.
Luego les preguntó:
_¿Cómo se sienten después de haber matado a ese hombre?
_Felices, dijo el tercer viajero
El juez, molesto por tanto cinismo, les preguntó a los tres:
_¿Cuál fue el motivo por el que lo mataron?
Los tres, ya bien asustados gritaron en coro todo lo que sabían del idioma persa:
_¡Nosotros no éramos felices!
Fueron sentenciados a la horca.
Cuento de oriente, versión libre mía