25/Apr/2024
Editoriales

¿Qué tipo de vida queremos?

En abril de 2003 murió a los sesenta años de edad Terenci Moix, escritor español reconocido por su novela “No digas que fue un sueño” que vendió un millón 600 mil ejemplares. Vivió una adolescencia solitaria, y terminó rodeado de muchísimas amistades. Diez mil personas hicieron cola para despedirlo como hacían para solicitarle un autógrafo sabiendo que obtendrían una respuesta amable, y sufrieron su óbito. A los políticos oportunistas que buscaban declarar en el velorio algo que llamara la atención se les dijo que no se presentaran, pues Moix así lo había pedido.
La actriz Nuria Espert, amiga de Moix, recitó versos del poema Itaca de Konstantinos Kavafis rematándolos así: “Terenci es irrepetible, es un príncipe sin sucesor. Tú sabes lo que te hubiera dicho Shakespeare si estuviera aquí: Buenas noches dulce Príncipe”. Los lectores latinoamericanos lo recordamos por “El día en que murió Marilyn”; “El sexo de los Ángeles”; “Tres viajes románticos” (uno de ellos era a México); “El beso de Peter Pan”; y muchas otras obras estupendas.
Kavafis
En cambio, Konstantino Kavafis, autor del poema mencionado murió solo a los setenta años. Estuvo en su funeral el patriarca de los Griegos, es decir, un político. Y eso que Kavafis componía sesenta poemas al año y conservaba cinco o seis; regalaba los demás a sus amistades y críticos, pero no permitía que se publicaran. Al morir tenía listas las obras suyas que deberían pasar a la posteridad. Nació siendo burgués, y desde joven trabajó para el gobierno de Alejandría, pero padecía una enfermedad que le impedía hablar y fue quedándose solo hasta morir.

Wilde
Oscar Wilde también nació en una acomodada familia irlandesa y escribió obras tan célebres como “El retrato de Dorian Grey”, y “La importancia de llamarse Ernesto”, entre muchas otras, pero fue muy excéntrico. Aún casado, vivó un escandaloso amorío con el hijo del Marqués de Queensbury, quien lo encarceló por “corrupción de menores” aunque el joven Bosie era mayor de edad. En dos años se acabó su prestigio, muriendo en la miseria en Francia a los 46 años. Poco tiempo antes -a pregunta expresa- Winston Churchill dijo que le gustaría pasar “toda una eternidad” conversando con Wilde, lo que da idea del reconocimiento social y político que tenía.

 

El estudio de las vidas de estos tres laureados escritores -Moix, Kavafis, Wilde- debe hacernos reflexionar acerca de la vida que anhelamos. Los tres fueron exitosos, pero sólo uno murió colmado de amigos, y los otros terminaron solos. Uno traumado por su enfermedad, y el otro por sus frivolidades. “Dijo melancólicamente el hombre sin quitar la vista de las llamas que ardían en la chimenea en una noche de invierno: En el Paraíso hay amigos, música, muchos libros; lo único malo de irse al cielo es que de allí el cielo no se ve”.
Este poema expone un grave problema que tenemos los humanos: Luchamos por alcanzar un lugar destacado, pero cuando lo conseguimos no lo apreciamos cabalmente y a veces lo despreciamos porque dejamos de tener entusiasmo, pues llegando al cielo, ya no lo vemos. Terency sí vio el cielo estando en él; pero Kavafis no lo disfrutó porque permitió que su enfermedad le ganara, y Wilde se embriagó con sus liviandades despreciando el lugar especial que ocupaba en el cielo de la literatura.
Los más grandes males del mundo surgen con la abundancia. Cuando hay miseria, son míseros los daños que nos podemos hacer nosotros mismos, pero cuando estamos en lo alto con solo dejarnos caer nos golpeamos fatalmente. Después de la vida, el regalo mayor que Dios nos dio es el libre albedrío, así que en nuestras manos está nuestro destino. Deberíamos aspirar a que en nuestro sepelio alguno de los asistentes represente a William Shakespeare despidiéndonos con un “Buenas noches, dulce príncipe”