24/Apr/2024
Editoriales

El Abanico de Pedro Infante

 

A mediados del siglo XX se popularizó en México un aparato manual que hasta la fecha se conserva en calidad de reliquia en muchas familias como recuerdo del fervor que abundaba en nuestro país: El abanico de Pedro Infante.

Era una simple cartulina en forma de cuadrilongo que en el dorso llevaba una paleta de madera ligera pegada o grapada, que hacía las veces de asidero y en el frente llevaba impresa una fotografía del cantante y actor cinematográfico Pedro Infante Cruz. En los sitios donde hubiera concentración de personas era casi obligatorio para paliar el calor cargar con un abanico, pues entonces no había aparatos de aire acondicionado, acaso comenzaban a popularizarse los voluminosos ventiladores eléctricos de “aire lavado”, pero eran escasos los centros sociales donde estaban instalados, pues ni el país tenía la capacidad de generación de electricidad, ni el público la de pagar un boleto caro que amortizara la inversión. Desde luego que abanicos había con otros motivos, pero como Pedro Infante era el artista más popular en la época de oro del cine nacional, aunque estaban en su apogeo otros como Jorge Negrete, Luis Aguilar, María Félix, y demás luminarias conocidas allende nuestras fronteras, el que abundaba era el de Pedro Infante.

El abanico mexicano desde luego que no es el más antiguo, pero desde que llegó Hernán Cortés a Tenochtitlan -a principios del siglo XVI- el emperador Moctezuma que intentaba inocentemente ganarse su amistad, le regaló media docena de abanicos de plumas con rico varillaje, que deslumbraron a Cortés con sus excéntricos colores. Un siglo antes, los portugueses habían llevado a Europa los ancestrales abanicos plegables chinos. Y fue tanto el éxito del abanico plegable que Isabel I de Inglaterra decía que cualquier otro obsequio que se le hiciera no era digno de una reina.

Ella siempre traía cuando aparecía en público, un abanico asegurado con una cadena de oro en la cintura. Y como el pueblo siempre imita a sus gobernantes, las damas de la alta sociedad europea hacían lo propio, guardando desde luego, las proporciones y buen gusto en la calidad del complemento al ajuar. Se llegó al grado de que la reina Luisa de Suecia instituyó la real Orden del Abanico, que otorgaba a sus amistades alrededor de los años setenta del siglo XVII. La marquesa de Pompadour hizo llamar con su nombre a unos abanicos con varillaje pintados artísticamente que se presumían en las elegantes fiestas de la aristocracia. En Venecia el abanico llegó a principios del siglo XIX y de inmediato se fabricaron los abanicos – careta para asistir a los bailes de máscaras y a sus tradicionales carnavales. En España y en Ciudad de México se encuentran abanicos en las tiendas de curiosidades para turistas, en donde se pueden adquirir algunos pintados que son unas verdaderas obras de arte.