04/May/2024
Editoriales

¡Que vivan los artistas callejeros!

En la concurrida esquina de las calles Zaragoza y Morelos -al inicio de la zona peatonal- estaba sentada en el piso una pareja de jóvenes treintañeros. 

Ella era bonita, de piel blanca con pelo negro liso y largo, que cosquilleaba un acordeón de buena calidad, mientras él tocaba siete ‘instrumentos’ con baquetas de madera.

No el clásico tambor, el redoblante y demás partes de una batería, sino: dos botes vacíos de plástico acostados tipo galón pero de 20 litros, uno azul y uno blanco; un trozo de perfil doble de acero ligero; dos tinas de peltre boca abajo, y dos latas vacías grandes de frijoles La Costeña. 

Iba yo de prisa, pero me quedé hasta escuchar dos piezas. La primera, de música regional,  ya estaba empezada, y después una de música colombiana del repertorio de mi añorado amigo Celso Piña. 

La chica tocaba bien, pero en realidad lo espectacular era el muchacho, pues con esa ‘batería’ hacía un ruidazo, volviendo casi inaudibles las notas del acordeón. 

Entre una y otra pieza, un señor se acercó a la muchacha y le pidió que posara con él para una selfie a lo cual ella accedió y al final, él le dijo: gracias Janeth. 

Cuando tuve tiempo busqué datos de la acordeonista y supe que es Janeth Valenzuela, oriunda de Delicias Chihuahua, y le dicen ‘La Reina del acordeón’.

Asistir aunque haya sido tan breve tiempo a una audición callejera retrotrajo a mi compadre Armín Rodríguez Berlanga quien fue un enamorado de la música callejera.

Cuando descubría algún artista tocando en la calle, nos invitaba a sus amigos a una reunión – tertulia en su casa para escucharlo. 

Luego les platico una anécdota de Armín cuando fuimos a Guadalajara durante la campaña para una elección de ingenieros civiles, pues merece una crónica especial.

Regresando a los artistas de la calle Morelos, me gustaría saber si Janeth Valenzuela apoya a los artistas callejeros o si sólo a este joven tamborilero porque es su amigo. 

La pandemia sacó a las calles de Monterrey a nuevos artistas, no sólo cantantes y músicos, sino a equilibristas, payasitos, malabaristas y otros que ya son parte del paisaje urbano. 

Hasta antes del freno a la economía veíamos solamente a Jorge Nieto ‘la estatua viviente’ que, pintado de color dorado, posa como estatua y a cambio de alguna moneda regala frases y consejos; a Margarita ‘la abuelita’ de la avenida Garza Sada que, sonriendo y pintada de payasita, solicita apoyo a los automovilistas; y al ‘elotero cantante’ Raúl Garza que imita a Pedro Infante.  

Recuerdo que en mis tiempos de preparatoriano, se subían a un autobús de la ruta Monterrey – Obispado una pareja de jóvenes cantantes que durante su actuación -y no cantaban mal- supuestamente peleaban y él le reclamaba a su compañera: ¡Canta Juana!

Todos festinábamos el chiste, aunque ya lo esperábamos pues todos los días era lo mismo. Lo cierto es que sin la música y los músicos, la vida sería un error.

¡Que vivan los artistas callejeros!