26/Apr/2024
Editoriales

Ah, los moros

Aquellos a los que llamaban moros ya eran sólo españoles islámicos que habían vivido durante casi ocho siglos en España. Descendientes de la primera, fueron treinta y dos generaciones de estos individuos que dominaron la península por más de setecientos años dejando huellas imborrables en su cultura.

Cuando escuchamos las llamadas a acudir a las mezquitas, en vez de sonar campanas para convocar a la celebración de una misa como se acostumbra en la religión católica, un hombre eleva la voz con un cántico religioso cada dos horas, que explica en mucho el estilo de interpretar las canciones populares españolas. Ciertamente los conquistaron con lujo de fuerza, pero en el tracto les dejaron los jardines y las acequias que siguen dando de beber a muchos pueblos actualmente; la mostaza, la granada, el azafrán, la canela, el comino, la azúcar de caña, los churros, las albóndigas, y los frutos secos.

El ajedrez, los números arábigos, el álgebra, y las versiones árabes de las obras de Aristóteles, Arquímides, Hipócrates, Galeno y Platón, que gracias a ellas se pudieron divulgar por toda Europa. Ya de segunda mano, los mexicanos recibimos parte de esa cultura al mezclarse el conquistador español con nuestros naturales. Por eso, cuando visitamos tierras árabes, nos da la sensación que ya habíamos estado antes allí, aunque jamás las hayamos pisado. Con la globalización actual, todos influimos en todos, pues en el mundo árabe hay alimentos y hasta algunas costumbres autóctonas nuestras que por esos vaivenes del oleaje cultural, les han llegado. Como beber tequila y degustar tacos en tortilla de maíz, por ejemplo…