Editoriales

La pandemia

A las luchas armadas recurrentes del siglo XIX en donde cualquier espacio se convertía en una arena para disputar y dirimir los diversos proyectos de la naciente nación mexicana, hay que sumarle otra más feroz y sanguinaria: un brote de la epidemia del cólera morbus.

 Esta temible enfermedad asoló a todos los estados, aunque por su tamaño, en la ciudad de México fue donde se convirtió en el gran enemigo que acababa con familias enteras y la sociedad estaba realmente asustada. Este mal brotó en 1833, cuando gobernaba el jalisciense Valentín Gómez Farías, y como su proyecto era el liberal que contenía una reforma en contra de la Iglesia, el clero decidió aprovechar la crisis para irse de frente contra el gobierno, culpándolo de la enfermedad. La estrategia de golpeteo consistía en hablar de las plagas bíblicas que castigaban a los gobiernos impíos.

  En la ciudad de México murieron más de 19 mil personas y se vivieron momentos dramáticos. Hay libros dedicados al tema de marras, y en todos se habla de una importantísima baja en las actividades productivas, pues la gente temía salir a la calle y contagiarse, por lo que la ciudad estaba semi desierta en los lugares públicos. Las escuelas suspendieron clases, los templos permanecían abiertos las 24 horas con enormes cantidades de velas en los altares para evitar la propagación del mal. Y entre la población había otras versiones adicionales, entre los liberales decían que habían sido los españoles quienes habían contaminado las fuentes de abasto de agua.

  El gobierno de la ciudad de México estaba acalambrado y sólo se tomaron medidas sin sentido, como prohibir la ingesta de fruta, y el gobernador del Distrito Federal, general Ignacio Martínez, lanzó un bando que ahora da hasta risa porque prohíbe el consumo de muchos platillos típicos de la capital, como por ejemplo, los chiles rellenos. Esta crisis sanitaria abonó el regreso de Santa Anna, quien se divertía yendo a tomar protesta como presidente y luego se regresaba a su hacienda Manga de Clavo en Veracruz para darse a desear.

 

  Desde luego que entre los pobladores de la gran ciudad, proliferaron remedios caseros como unos parches que se pegaban al cuerpo, riegos de cloruro disuelto en vinagre, y hasta brujerías como cazuelas solitarias de arroz, calabazas con vinagre colocadas detrás de las puertas, sangrías recurrentes y cualquier cosa que se le ocurriera a alguien con cierta fama de versado en salud o brujerías. La ciencia médica pudo encontrar una solución hasta a finales del siglo XIX, así que la pandemia comenzó a disminuir con el paso del tiempo y precauciones salubres de la población para evitar contagio.