04/May/2024
Editoriales

ARTE Y FIGURA 06 10 22

 

Continuamos con Libro “Antonio Bienvenida, El Arte del Toreo”, por José Luis Rodríguez Peral

 

Luis Castro “El Soldado”

 

Durante aproximadamente 15 años, en la década de los años treinta y mitad de los cuarenta, México iba olvidado el proceso revolucionario, y las terribles guerras y dificultades surgidas en otras partes del mundo se veían como problemas muy remotos, en los cuales nuestra participación más efectiva consistía en abrir los brazos a refugiados de todo tipo, porque aquí había lo necesario para nosotros y queríamos darnos el lujo de compartirlo.

 Éramos un país joven lleno de posibilidades y esperanzas, donde si bien las noticias de la política nacional e internacional llenaban las páginas de los periódicos, tanto o más importante era la noticia acerca del cartel para el domingo siguiente en El Toreo, ya fuera durante la temporada veraniega de novilladas o la invernal de corridas de toros. Nuestro clima, famoso siempre, completa aquel cuadro paradisiaco, donde no se hablaba de la semana de 40 horas de trabajo, y si en cambio de muchas especies de diversión para antes y después de los toros, o entre uno y otro de los acontecimientos que representan casi siempre las corridas.

 En 1932 debuta “El Soldado”, un muchacho nacido en Mixcoac, que desde luego se distingue por tener dos atributos muy apreciados en el arte taurino: el valor y la personalidad.

 Forma pareja con “El Ahijado del Matadero” y toreando con él y con otros como Garza, Zepeda y “El Vizcaíno” llena la plaza varias veces. En el invierno inmediato toma la alternativa de manos de “Cagancho” y se dirige a España, donde vuelve a torear como novillero, según costumbre generalizada de la época, salvo poquísimas excepciones. Ahí forma pareja con Garza, y durante el verano de 1934 se da el caso, único en la historia del toreo, que dos novilleros mexicanos llenan tres veces la antigua plaza de Madrid, toreando mano a mano.

 Recibe de nuevo la alternativa y confirma de las mismas manos, aquéllas venerables de Rafael “El Gallo”, para regresar al país cuando el boicot a nuestros toreros, decidido a colocarse definitivamente y a ganar mucho dinero en la que entonces era una tierra de promisión. Venía muy cambiado. A sus cualidades unía ahora la clase, el estilismo que en la época cobraba una gran importancia en la evolución del toreo.

 Además, trajo de España otra novedad: el uso de técnicas publicitarias en gran escala para que la personalidad de un matador ocupara un lugar de importancia dentro de una incipiente sociedad que empezaba lentamente a industrializarse. En esta forma, frases como las verónicas del “Soldado” o las torres de la Catedral, o la etiqueta del toreo más caro del mundo, eran el comentario obligado de los aficionados.

 Pero no fueron estas sentencias las que pasaron a la historia, sino las verónicas mismas, con el aire majestuoso, en efecto, de las torres de la Catedral de México, sus chicuelinas que hicieron surgir el calificativo de sedeñas, y su toreo por la cara al finas de las faenas, donde cada remate parecía el colofón de un libro de arte.

 Queda no su publicidad sino él mismo. El Torero de Bronce.

Continuará… Olé y hasta la próxima.