En agosto de 1939 se firmó un pacto de amistad y cooperación entre La Unión Soviética y Alemania. Empero, Hitler no pensaba cumplirlo, y para noviembre de 1940 ya maduraba un plan de invasión al “gigante con pies de barro” como en privado se refería a la URSS.
Sin embargo, dentro de su plan de conquista mundial estaba contemplado que Italia no tendría problemas para invadir Grecia y ante los problemas para finiquitar ese asunto, Hitler debió acelerar la conquista de los Balcanes. El 22 de junio de 1941 Hitler invadió a Unión Soviética con su costumbre de hacerlo sin declarar previamente la guerra, sorprendiendo al ejército rojo que pensaba en una Alemania ocupada en terminar su enfrentamiento con Inglaterra y después tal vez se aventaría a invadir a la nación más grande de mundo.
Pero en la madrugada de ese día tres ejércitos alemanes cruzaron la frontera rumbo a Leningrado, Moscú y Stalingrado. La operación Barbarroja (por Federico I Barbarroja) estaba en marcha, y Hitler confiaba en que la inferioridad técnica del ejército rojo y la potencia de sus nuevos tanques alemanes, muy superiores a los panzer rusos, le darían una rápida victoria. En esta Operación Barbarroja iban con los nazis tropas rumanas, húngaras, italianas, eslovacas, y finlandesas más voluntarios franceses, belgas, croatas y hasta españoles.
Hitler ordenó dos columnas paralelas, encabezadas por unidades de tanques que encerraron a las fuerzas rusas de Bialystock, y esa operación se repitió al oeste de Minsk. Los soviéticos perdían hombres a granel y Alemania repitió la dosis en Tallin, Narva y en Smolensk. La orden de Hitler era asesinar a todos los comisarios políticos que se encontraran, pero estos no se dejaban capturar con vida, lo que estimulaba la moral de las tropas rojas. Los nacionalistas ucranianos y bálticos, que habían visto a los alemanes como libertadores del yugo ruso, de inmediato entendieron que sólo cambiaban de amo, pues el trato que recibían era de empleados, ahora de los alemanes, así que les retiraron su apoyo militar.
Y Stalin hizo resucitar los viejos mitos patrióticos para impulsar la resistencia popular ordenando aplicar la táctica de tierra calcinada, en la que las poblaciones, el ganado, los tractores y las fábricas se replegaron hacia el este, mientras que los puentes y las granjas eran incendiadas, mientras más allá de Los Urales se organizaban nuevas divisiones rusas. Los alemanes traían consigo a miles de prisioneros de guerra, pero sus avances comenzaron a disminuir debido al interminable territorio soviético semi incomunicado. El lluvioso mes de julio dejó atascados los camiones alemanes y el río Beresina hizo de las suyas. Si a esto le sumamos que la batalla de Inglaterra no había podido ganarse y Hitler estaba con dos frentes de guerra al mismo tiempo, la gran maquinaria de guerra alemana comenzó a patinar.
Porque el invierno los sorprendió muy adentrados en el universo soviético y el ejército rojo, ya reorganizado, contra atacó a las tropas nazis que titiritaban de frío hasta que el 5 de diciembre recibieron la orden del propio Führer de recular para retirarse del territorio invadido. Este fue el primer golpe psicológico al ejército alemán, pues se dio cuenta que también podrían perder la Segunda Guerra Mundial.