En “Vidas de filósofos” 463, el historiador e intelectual griego Eunapio de Sardes (347 – 414 d. C.) cuenta una anécdota de cierta mujer que regentaba una taberna en Roma, pero que también era una hábil comadrona.
Estaba sirviendo vino a un odioso extranjero egipcio (Eunapio afirma que los egipcios eran adiestrados para comportarse de forma grosera antes de salir al extranjero), cuando la llamaron para que atendiera a una pariente que tenía un parto difícil. Salió apresuradamente sin servir al egipcio el agua caliente para diluir el vino. Tras el alumbramiento del niño, se lavó las manos y regresó a su cliente, que estaba molesto por la lentitud del servicio.
Se tranquilizó cuando ella le dijo por qué se marchó, y, siendo él astrólogo, le rogó que regresara con la madre y le dijera que acababa de dar a luz a un niño que “un día será el segundo hombre más poderoso del Imperio” (se trataba de Ablabio, quien sería un funcionario corrupto de la corte de Constantino el Grande).