Ahora siento cada vez más escasas aquellas deliciosas sensaciones físicas y emociones embriagadoras que brotaban en todo mi cuerpo con la lluvia (será que ahora llueve menos), con el aire frío, con la niebla, con el silencio del campo, y las luces de los automóviles en la madrugada. Añoro las palpitaciones aceleradas y excitantes que aparecían previamente a una partida de ajedrez o a una bronca con un tipo desconocido y más fuerte que yo. Extraño aquellos hermosos sueños en donde no existía el dinero ni los impedimentos físicos ni intelectuales para salir triunfante en cualquier terreno. Inolvidable es aquella inefable sensación de alegría con cada nueva estación del año. La emoción es la pimienta de la vida, pero cuando uno se acostumbra a los guisantes, el caldo pierde sabor. Pero no todo es añoranza; ahora disfruto de cosas que antes me resultaban desabridas y me acomodo mejor en un sillón que en una silla. Creo que es cuestión de ubicarse en cuál tramo del camino vamos transitando porque todos tienen paisajes diferentes y todos tienen su belleza.