25/Apr/2024
Editoriales

Los puentes de Monterrey. Los puentes coloniales hasta 1792

Un puente tiene por objeto librar obstáculos para que haya comunicación entre dos puntos separados por algún cuerpo de agua, o accidentes geográficos, o para dar paso a una obra vial sobre otra. Los puentes existen desde tiempos inmemoriales; el Latino Pons, del siglo XVI definía al puente como: Fábrica de piedra o madera, que se construye sobre los ríos, fosos y otros sitios que tienen agua, para poder pasarlos. El tema es relevante porque la movilidad es un reto para cualquier ciudad. 

 

La falta de puentes en el Monterrey antiguo se evidenciaba cuando se crecía el Río Santa Lucía. Tal como sucedió en 1611 que la Ciudad se tuvo que mover a un terreno interfluvio entre el Río Santa Catarina que corría al Sur y al oriente, y el Río Santa Lucía, que ahora la limitaba al Norte. La adjunta de ambos ríos estaba por donde se encuentran hoy el Parque fundidora y el puente de Revolución. Aunque diversos documentos mencionan la existencia de puentes, se trataba de lo que ahora llamamos vados. Para darnos idea de lo que hablamos, recordemos cómo era aquel Monterrey.  

 

El Santa Catarina era un río caudaloso

El Santa Catarina era, hasta 1750, un “Río vivo” caudaloso, de abundante fauna y flora. Su cauce estaba al ras de la ciudad -no como hoy canalizado- y en sus riberas había asentamientos temporales de indígenas de la región que en ciertas épocas del año aprovechaban los peces y los mariscos, hasta que un terremoto lo convirtió en un río subterráneo. Su afluente antiguo era de tal magnitud que talló el Cañón de la Huasteca, y aún subterráneo conserva hasta hoy un pequeño cauce de escurrimiento superficial. 

 

El Río Santa Lucía se formaba con el escurrimiento de los Ojos de Agua de Santa Lucía -donde hoy está el Obelisco-, incorporando aguas del Ojo del Roble -donde hoy está el templo-, y de los Ojos de Agua de la Ciudad -en los bajos del Congreso-. El Río Santa Lucía corría entre las actuales calles 15 de Mayo y Juan Ignacio Ramón. 

 

De qué tamaño era la Ciudad

Entrambos ríos había una distancia de unas ocho cuadras. La construcción más al sur de la Ciudad era el Convento de San Francisco -donde está ahora el Círculo Mercantil Mutualista- y al norte unos jacales que lindaban con el Río Santa Lucía. 

 

De oriente a poniente la Ciudad era de unas 9 cuadras; desde la actual calle Francisco Naranjo hasta la de Guerrero que había un trazo ordenado de manzanas. Ya de Guerrero a la “capilla de La Zapatera” había jacales y algunas casas de material sin orden alguno. Y más al poniente había otros jacales pero también desordenados, y otras “casas de piedra, de cantería y mezclas” hasta el hoy Museo del Obispado. 

 

La distribución del agua

En aquel tiempo la subsistencia lo era todo; cada vecino sembraba algún alimento de consumo humano o para el ganado. Y para dotar de agua a cada solar, se construyó una red de veintitrés acequias y setenta y cinco pozos o norias. 

 

La vialidad de la Ciudad

La vía principal era el Camino Real -Calle Hidalgo- a Saltillo, única comunicación con el resto del Virreinato, pues sería hasta el siglo XVIII cuando se colonizarían Texas y Nuevo México. Sí había más calles y callejones, pero sin pavimentar que, en tiempos de seca propiciaban terregales, y en lluvias, charcos con su respectiva presencia de mosquitos. Las acequias debían recibir mantenimiento porque además del problema de insalubridad, impedían el tránsito de animales y personas.

 

Por tales razones el procurador Francisco Botello de Morales solicitó el 14 de agosto de 1660 al Cabildo la construcción de puentes sobre las acequias: 

 

“Francisco Botello de Morales, procurador […] que todos los encomenderos y vecinos acudan con su gente a limpiar y desmontar los mezquites y árboles con que esta dicha ciudad está sofocada y cerrados los pasos de las entradas y salidas de ella y ansí mesmo acudan a limpiar las acequias por donde viene el agua a esta ciudad, por cuanto están ya ciegas y se teme en entrando los calores alguna peste, por las inmundicias que echan (…) y que por las partes donde entran y salen las caballadas que tienen los vecinos de esta dicha ciudad, desbaratan las acequias (…) para poder venir el agua, lo que pido hagan dichos vecinos puentes por donde entren y salgan sin perjuicio en las acequias; todo lo cual era costumbre hacer y mandato de la real justicia.  

Por tanto a Vuestra señoría pido y suplico sean servidos de mandar hacer a dichos vecinos y encomenderos por ser útil y provechoso (…) y que los vecinos que no tuvieren indios, den de comer a los que vinieren como es razón y costumbre en tiempos pasados y juro a Dios no ser esta mi petición ni de malicia […] justicia para el buen gobierno y limpieza desta ciudad, etcétera”. 

  

La construcción de más puentes urbanos

Y se construyeron sobre el Río Santa Lucía varios puentes. Uno sobre la actual calle de Guerrero, otro más en la calle de Galeana; en Escobedo los tres al norte de la Calle 15 de Mayo; dos en lo que hoy son los bajos del Congreso del Estado. Las actuales calles de Doctor Coss y Diego de Montemayor luego de pasar la calle de 15 de Mayo, formaban un triángulo con vértice en un puente. Y el último puente estaba donde la calle 15 de Mayo giraba al norte hasta topar con otro puente.

 

Utilizo los nombres actuales de las calles para una mejor orientación del lector.

Para cruzar el Río Santa Catarina al oriente había dos puentes: uno a la altura de  Abasolo y otro en Morelos.

 

Del Río Santa Catarina, a la altura del Obispado, salían dos acequias. Sobre ellas había un puente que comunicaba unos jacales, enfrente del llamado “Puente Real” que cruzaba con la Calle Hidalgo; estas acequias regaban el norte de la ciudad. Mas adelante, un ramal de las acequias sacadas del Santa Catarina corría paralelo entre este y la Ciudad. En la avenida Cuauhtémoc se separaba un ramal que se internaba en la Ciudad, en donde había otro puente. Y había otro más a la altura de la calle Juárez y otro en la de Guerrero, que daban acceso al Río Santa Catarina. 

 

La acequia que se internaba en la Ciudad corría al noreste hasta ir en paralelo entre Morelos y Padre Mier; sus puentes estaban en la calle de Guerrero y en Galeana desaparecía en una próspera finca que estaba en Morelos y Emilio Carranza. 

 

Todos estos puentes eran estructuras de piedra y troncos. Hasta que, a la muerte de Martín de Zavala, el gobernador interino ordenó que se les diera un aspecto decente: 

 

El mantenimiento a las obras de infraestructura

“… a 3 de enero de 1,665, nos el cabildo justicia y regimiento desta dicha ciudad, en quien por muerte de don Martín de Zavala gobernador y capitán general que fue deste dicho reyno, quedó el gobierno y administración de justicia (…) por cuanto los caminos que entran y salen desta ciudad mediante a la gran nevada que cayó y desgajó muchos árboles que están en las orillas dellos, están totalmente impedidos de poderse trajinar por los muchos ramos que hay caídos en ellos y conviene que para que se puedan pasar libremente, se abran y desmonten y que asimismo se aderecen los puentes que hay en las acequias (…) por el riesgo que pueden tener los pasajeros y que asimismo los vecinos desta ciudad los que tienen solar y casa en ella (…) y libre para poder andar a caballo, por ser tierra de guerra y que es lustre y adorno de la república el que esté con la decencia y disposicion debida. 

 

Con tal instrucción y recursos provenientes de Zacatecas se hicieron dos puentes de arcos y con barandal: el llamado Puente Real y uno de los que estaban en los bajos del Congreso. Doce años después, en 1667, el Ayuntamiento hubo de repetir la misma orden para darle mantenimiento a los puentes. 

  

“…A 16 de marzo de 1,667 [el cabildo], justicia y regimiento desta dicha ciudad…, el sargento mayor Lucas Caballero alcalde ordinario (…) el señor gobernador y capitán general deste reyno, el capitán Nicolás Ochoa, el capitán [Lucas] García, el alférez Mateo Rodríguez y el caudillo Diego Ayala, regidores, con asistencia del alférez Agustín de la Vera procurador general; (…) se ha reconocido estar los caminos que vienen a esta ciudad y las entradas y salidas della muy montuosos y los puentes desechos de calidad que no pudiendo pasar las bestias por ellos ni las recuas que trajinan rompen las acequias, de que se sigue inundarse los caminos en gran descomodidad de los caminantes. Y asimismo la acequia de agua con que se abastecen los vecinos desta dicha ciudad está tan ciega y de calidad que apenas llega agua a ella para su uso, siendo de notable daño y perjuicio por los accidentes que puede haber de algún incendio y la falta que hace. (..) por tanto mandaron a los labradores que llevan agua a sus haciendas cuyas acequias pasan por los caminos reales donde se ha acostumbrado tener puentes como son la viuda del capitán Gregorio Fernández, la viuda del sargento mayor Joseph de Treviño, la viuda del sargento Juan de la Garza y los demás a quien tocare, que aderecen y hagan puentes en las partes en donde se ha acostumbrado y desmonten los caminos en la pertenencia que les toca. Y asimismo todos los encomenderos tengan obligación de enviar un peón con un azadón, para que desde la presa del agua se limpie la acequia hasta la entrada de esta dicha ciudad, cuya limpia se ha de comenzar el lunes venidero que se contarán veinte y seis días del corriente y los vecinos desta dicha ciudad que no dieren peón para el efecto, darán a cuatro reales cada uno para la costa que se ha de hacer con los peones (…) que se nombrará la que fuere más [ilegible] cada uno en su solar tenga obligación de limpiar la distancia de acequia que le toca y de hacer puente por donde ha de pasar la procesión la Semana Santa, desmontando sus solares y [quitando las] inmundicias y indecencias que [hu]bieren. [...] cumplan los dichos encomenderos y vecinos pena de seis pesos en reales, que aplican para aderezo de las casas de cabildo, (…) mandaron que este auto se publique el primer día festivo (…) así lo determinaron y firmaron como juez receptor, por no haber en este reyno escribano público ni real”.   

 

La Ciudad crecía y requería más puentes

Se repite la orden en 1682 ahora por motivos de salud, pues los obstáculos en la circulación del agua generaban charcos que criaban insectos que propagaban enfermedades. La falta de puentes adecuados forzaba a los vecinos a movilizar sus ganados sobre las acequias que al paso de los semovientes se destruían. 

 

El capitán Pedro de Aguirre, justicia mayor y teniente de capitán general deste Nuevo Reyno de León y sus conquistas por Su Majestad=  

“… el capitán Lucas García procurador general en nombre desta ciudad y república (…) el cabildo desta dicha ciudad (…) la acequia principal por donde viene está toda derrumbada, aportillada y ciega, por las muladas, bestias y otros animales que la andan atravesando todos los días, para entrar enmedio desta ciudad y que asimismo los que tienen a su cargo el dar el agua suficiente no lo hacen y que otras personas particulares (…) divierten a dicha agua para diversos usos, todo lo cual es en daño común y (…) aunque se limpia todos los años la dicha acequia a costa de todos, (…) resulta gravísimo daño y perjuicio al bien común, por los accidentes que puede haber de algún incendio por ser todas las casas de jacales y no tener a la mano el remedio necesario y que asimismo los vecinos (…) no tienen cuidado de limpiar sus pertenencias para que corra libre y sin embarazo, de que se sigue el derramarse por las calles y en toda casi, de que puede resultar algún contagio y que asimismo los que tienen obligación de hacer puentes en las acequias que atraviesan los caminos (…) no lo hacen, (…) con las penas necesarias para su observancia y cumplimiento; (…) mando que todos los encomenderos de cada uno un indio armado con un azadón y (…) que no lo tuvieren, den cuatro reales para ayuda de la limpia de la dicha acequia en la forma que se ha acostumbrado, (…) que se contarán veinte y nueve del corriente, pena de cinco pesos (…) mando a todos los vecinos que después de limpiar la dicha acequia, tengan cuidado de limpiar sus pertenencias y no consientan echar inmundicias en dicha acequia y (…) los que tuvieren ganado de cerda o cabrío no los consientan andar dentro de la ciudad y so la dicha pena, mando a los que tuvieren obligación de hacer puentes en los caminos que salen desta ciudad los aderecen y hagan y asimismo mando con pena de veinte y cinco pesos que aplico por mitad para limpias de la dicha acequia y aderezo de las casas de cabildo, a todos los que que tuvieren muladas y caballadas no tengan corrales dentro desta ciudad ni atraviesen las muladas y caballadas por medio de la dicha acequia, sino que hagan los corrales (…) para que así cese el daño (…) en dichas acequias y asimismo mando (…) a los capitanes Diego de Ayala y Gregorio Fernández, den toda el agua necesaria sin impedirla en cosa alguna y que se procederá a lo demás que hubiere lugar de derecho, contra los susodichos lo contrario (…) mando que este auto se publique en el primer día festivo en el mayor concurso y se ponga fe de su publicación y así lo proveyó, mandó y firmó (…) en la ciudad de Monterrey, en 25 del mes de abril de 1,682 con dos testigos de asistencia. 

Pedro de Aguirre, juez receptor. Testigo, Antonio González. Testigo, Vicente de Treviño”.  

 

Finalmente, el Municipio se responsabiliza del mantenimiento de los puentes

En el año de 1705 el Cabildo de Monterrey por primera vez otorgó a un funcionario municipal la obligación de cuidar los puentes de la Ciudad. Este comisionado se llamaba Juan Esteban Ballesteros. 

 

“…A 23 de febrero de 1,705 (…) los señores general don Francisco Báez Treviño gobernador y capitán general de este Nuevo Reyno de León por Su Majestad, el capitán don Juan Esteban Ballesteros alcalde ordinario de primer voto, el capitán Bartolomé González de Quintanilla alférez mayor, el caudillo Diego de Ayala regidor de primer voto, el capitán Cristóbal González y el alférez Blas de la Garza, asimismo regidores de dicha ciudad, con asistencia del procurador general  Cometimos la ejecución de todo lo referido y lo que sobre ello se puede ofrecer y los puentes de esta ciudad, al capitán don Juan Esteban Ballesteros alcalde ordinario de esta ciudad, al cual en nombre de Su Majestad le damos el poder y facultad que por derecho se requiere y es necesario y para su ejecución lo firmamos ante nos, por no haber escribano público ni real en este reyno ni en el término que el derecho dispone. 

Francisco Báez Treviño. Juan Esteban Ballesteros. Bartolomé González. Alonso Rodríguez. Cristóbal González. Blas de la Garza”. 

Continuará…

 

Fuentes:  

Archivo de Monterrey, Ramo Actas: 

14 de agosto de 1660 

3 de enero de 1675 

16 de marzo de 1677 

25 de abril de 1682 

23 de febrero de 1705