24/Apr/2024
Editoriales

¿Qué crees que pasó?

Agosto 26 de 1899: nace en Oaxaca, Rufino Tamayo, quien sería un pintor excepcional, de los primeros latinoamericanos con relieve internacional. Autor de, entre muchas obras, El Monumento al Sol, frente al Palacio Municipal de Monterrey, inaugurado en 1980. Se trata de un mexicano auténticamente universal, que junto a Frida Khalo y Diego Rivera, conforma la tríada de pintores mexicanos más conocidos en el orbe. Tamayo fue Zapoteca y no sintió la necesidad de reivindicar a los indígenas, pues demostraba cuán grande pueden serlo todos, a diferencia de los muralistas Rivera, Siqueiros y Orozco, quienes fueron partícipes de los movimientos políticos de su tiempo. Tamayo desarrolló el tema indio con estilo más formal y abstracto, en donde la base fundamental es el color.

   De joven trabajó de auxiliar en un negocio vendiendo frutas, y con los años, ya en plenitud de su carrera, exhibiendo su obra en New York dijo que seguía vendiendo fruta, pero ahora pintada en un lienzo. Se inició en la pintura a los dieciséis años en la Academia de Bellas Artes de San Carlos, que abandonó por no aceptar la férrea disciplina de esa institución. En su primera exposición, del año 1926, se vio una calidad excepcional, pero en unos cuantos años tuvo una importante evolución que le llevaría a ensayos vinculados con el surrealismo; su Autorretrato de 1931 y el Barquillo de fresa, en 1938 son ejemplo de ello. Fue titular del departamento de Dibujo Etnográfico del Museo Nacional de Arqueología, en 1921, y luego de su exposición de 1926, se le abrieron las puertas en el Art Center de NY.

  En 1928 fue director del Departamento de Artes Plásticas de la SEP. Regresó a New York en 1938 aceptando ser maestro en la Dalton School of Art, en donde estaría 20 años y mejoraría su arte apoyándose en las formas de la cultura prehispánica. Busca plasmar sus raíces indígenas en equivalencias poéticas más sutiles. Su fuerte era el caballete, en donde realizó verdaderos poemas plásticos, pues no buscaba popularidad sino expresión de un zapoteca auténtico. A principios de los años cincuenta, la Bienal de Venecia instaló una isla a Tamayo, y obtuvo el Primer Premio de la bienal de Sao Pablo en 1953, junto al francés Alfred Mannesier. En Houston pintó su mural más grande, titulado América en 1956; luego de realizar el mural El Hombre, para el museo de Dallas. En 1958 realiza su mural Prometeo, para la biblioteca de la Universidad de Puerto Rico, para –un año después- recibir un homenaje de los ambientes artísticos y culturales europeos al develar el fresco para el Palacio de la Unesco, en París. Siempre se mantuvo como un hombre discreto y de pocas palabras; él se expresaba con el color, con todos los variables que uno pueda imaginar de los azules nocturnos, el impactante violeta, los espectros de naranja, los rosados, los verdes, y desde luego su rojo en las frutas como la sandía, son excepcionales.

  Su obra muralista culmina en El Día y La Noche, en 1964, para el Museo Nacional de Antropología e Historia de México, recibiendo el Premio Nacional de Artes. Al inaugurar en 1974 el Museo de Arte Prehispánico Rufino Tamayo en la ciudad de Oaxaca, con mil 300 piezas arqueológicas donadas por él, dijo unas palabras sencillas que le dieron más estatura, pues la oratoria entre más sencilla tiene mejor aceptación: Todo lo que soy se lo debo a mis raíces oaxaqueñas. Tamayo murió en Ciudad de México en 1991.