El gobernante verdadero
Murió el errático gobernante sentado en su silla del hermoso Palacio de Gobierno. Nadie se dio cuenta porque todos tenían tareas que cumplir para superar una crisis política y económica que erosionaba imagen y presupuesto.
Sin embargo, en virtud que el gobernante sólo acordaba con su Segundo al mando –ambicioso funcionario que aspiraba a ser gobernante -, éste sí lo supo, obligando a la secretaria y a la servidumbre a callar, y a ocultar el cadáver en un clóset del Palacio, diciendo que el gobernante estaba enfermo.
En poco tiempo las cosas públicas se compusieron llegando una etapa de estabilidad política y mejoría económica, por lo que el Segundo al mando ya en plan triunfador, mostró los restos disecados del gobernante, diciendo que el gobernante real siempre había sido él (el funcionario), y que en virtud de que había logrado tener bonanza política y económica, él era quien debía gobernar formalmente. El pueblo estaba eufórico así que, sin elecciones, simplemente lo sentó en la silla del gobernante y luego lo mató, para que fuera tan bueno como su antecesor, pues era menester que la prosperidad continuara.