Una de las historias más atractivas de todos los tiempos es la de la Reina de Saba. Aparece en los documentos antiguos, de hace más de tres mil años, no sólo en La Biblia y El Corán, sino en los textos donde se menciona la mejor época de Yemen. Saba era un país que vendía esencias, oro y piedras preciosas, dedicado al comercio caravanero. El Yemen es aún demasiado rico en sitios antiguos –hoy saqueado con zapapicos y hasta explosivos-. Los documentos donde aparece la reina de Saba, la dibujan como una mujer legendaria, pero en su caso la leyenda se vuelve historia. Se sabe con la certeza que pueden dar los textos antiguos que una Reina de Saba controlaba la ruta del incienso y que, recorriendo ese trayecto conoció en 950 adC. Al rey Salomón, quien reinaba sobre el norte de Arabia y por ende, controlaba la salida del incienso.
En el Segundo Libro de Las Crónicas dice que en el encuentro entre estos dos fascinantes personajes, la reina pone a prueba la sabiduría de Salomón con cuestiones en forma de enigmas. Surge un diálogo entrambos que marca el combate del monoteísmo contra todas las formas del politeísmo. No es fortuito el proverbio árabe que dice: “La cuestión es hembra, la respuesta es varón”.
Es bien claro que el Reino de Saba existió, y su nombre rebasó las fronteras de Yemen porque fue el más próspero de todos los reinos y extendió sus dominios sobre otros. En Marib, la capital del reino es de donde hemos recibido las posteriores generaciones las primeras formas arquitectónicas que se transformarán en arte, hay estatuas preciosas y estelas funerarias. Es en este país, el de la mirra y el incienso, hubo soberanas, aunque sólo una llegó hasta nosotros, la que únicamente existe frente a Salomón, y no tiene nombre, solo era La Reina de Saba.
Aunque son pocas las mujeres que aparecen en la Biblia, ella aparece en el Libro de Reyes probando la sabiduría de Salomón y luego desaparece dejando sólo un largo rastro de oro e incienso. Pero como en la Biblia no viene cuáles son sus orígenes, de ahí nace la leyenda. Del encuentro breve de Jerusalén la tradición etíope saca una fuente de legitimidad para una dinastía que reinó el país por seis siglos, y los padres de la Iglesia vieron en ella a la novia que inspiró al Amo de Jerusalén El Cantar de los cantares, el poema que descubre en el texto divino lo que es el deseo.
Hubieron de pasar mil años para que –según los evangelios- Jesús invoca, molesto contra los fariseos, la presencia de esta Reina en el Día del Juicio. Luego viene en el imaginario popular cualquier cantidad de mitos, como el que dice que ella es la madre de los Reyes Magos, y otros peores.
Pero después aparece en el renacimiento, atravesando con un precioso traje veneciano los cuadros de Rafael, Veronese, y Piero della Francesca, siempre con la mirra y el incienso. Asombra su omnipresencia, pues es a todas luces inexplicable que aparezca en los edificios religiosos de Austria, Francia, Italia, España e Inglaterra.
En la tradición etíope, la reina de Saba -Maqueda- tuvo un hijo de su encuentro con el rey Salomón y este hijo, Menelik, reinó hacia 930 adC. Aunque en la tradición coránica esta misma Reina de llama Balkis.
El cristianismo europeo pinta en sus vitrales, columnas, estatuas, y tapicerías a la Reina de Saba. En el Islam, la reina está evocada en dos suras, que son Las Hormigas y Saba. De su encuentro con Salomón ella reconoce el poder del hijo de David, y abandona el culto de los astros para adorar el Dios único. Es tan trascendental esta conversión simbólica, que la Arabia del sur, el Yemen del Reino de Saba, es arrancada de su historia pagana por la fuerza del Verbo coránico, y antes del Corán, para volverse la futura tierra del Islam.
Como la reina de Saba había profesado el advenimiento de Cristo en el mero apogeo del judaísmo, estaba anunciando la llegada del islam para reinar a la Arabia pagana.
Para los hebreos es Sheba, para los árabes Balkis, para los cristianos Sibila y Maqueda para los etíopes. Los siglos pasan y se sigue buscando su rostro, su nombre, y sus amores para no perderla de vista. En lo que casi todos los historiadores especializados coinciden es en que Salomón le dio algo más que un hijo: le dio un saber. Se ignora lo que ella le dio a Salomón, pero es claro que la Reina de Saba es una figura que se sitúa en los límites del bien y del mal, del sufrimiento y del arrepentimiento. Lo realmente asombroso es su presencia en muchas de las culturas antiguas, que cuando menos la referencian como la Reina de un gran país que distribuía la mirra y el incienso y que se enamoró del rey Salomón, el Rey sabio.