04/May/2024
Editoriales

ARTE Y FIGURA 19 01 23

Continuamos con Libro “Antonio Bienvenida, El Arte del Toreo”, por José Luis Rodríguez Peral

Simón Cárdenas

 

Propietario de un taller de camas, de aquellas antiguas de latón, por el rumbo de “La Lagunilla”, la ocupación que verdaderamente le apasionaba no era el oficio con el cual se ganaba la vida, sino la actividad de monosabio que ejercía los domingos en la tarde en la plaza de El Toreo.

 Con tanta afición o más que un torero, siempre estaba listo para hacerle el quite a cualquiera que lo necesitara, sin presentar al toro más que su habilidad para esquivarlo a cuerpo limpio. Con un valor enorme, además sereno y oportuno, nunca titubeó en provocar al astado cuando un semejante se encontraba en peligro. Muchas veces el también tropezó y cayó en su afán de salvar a otro, pero nunca le importó el propio riesgo, sino que se levantaba como si nada para volver de inmediato al sitio que le correspondía en el ruedo, apenas si agradeciendo las imponentes ovaciones que le tributaron muchas veces.

 Humilde, valiente, servicial, gran conocedor de la lidia y sus terrenos fue Simón Cárdenas. “El Soldado” explicaba, bromeando, que cuando lo cubrió con su cuerpo en el momento que “Suerte Buena” de San Mateo lo buscaba en el suelo para asestarle una segunda cornada, no había podido empujarlo para levantarse y salir corriendo, como eran sus más sinceros deseos.

 

Pepe López

 

Existe una fotografía de la tarde que se retiró Gaona, donde aparece en el patio de caballos rodeado de su cuadrilla. A su izquierda se encuentra su peón de confianza, Alberto Cosío “Pataterito”, que se retiró esa misma tarde. A la derecha de la mano enguantada de Gaona, puesta de tal suerte para soportar mejor el peso del estoque, se encuentra Pepe López, un banderillero con bastantes años ya de ejercicio profesional, que sin embargo siguió toreando mucho tiempo todavía, casi hasta el momento de su muerte.

 Conocedor como pocos del oficio taurino dentro y fuera del ruedo, siempre fue caballeroso, cordial y atinado en todas sus intervenciones. Si verlo correr a los toros a una mano, según la antigua usanza, era un verdadero placer para los aficionados, también sus pares de banderillas provocaba expectación, lo mismo que oírlo hablar de toros, particularmente de hechos relacionados con su larguísima trayectoria profesional que abarcó varias épocas, llena de anécdotas variopintas y del gusto por vivir.

 Amigo siempre de los principiantes, a más de uno le explicó los sinsabores de la profesión, y a otros, novilleros punteros, los apoderó acertadamente, como a Procuna, Osorno y Eduardo Liceaga. Pepe López, que habitó por muchos años en una de las privadas de El Buen Tono en las calles de Bucareli, dejó por ese rumbo, al igual que en el Café Tupinamba, el recuerdo de su aire elegante y de su buen decir, el recuerdo que dejan siempre quienes han sido toreros de verdad.

 

Continuará… Olé y hasta la próxima.