Alexander Graham Bell patentó el teléfono en 1876. Lo primero que se le ocurrió fue venderle esa patente a la Wester Union, que era la compañía de comunicaciones más grande e importante de todo Estados Unidos, pues por medio del telégrafo tenía comunicado a casi todo el territorio estadounidense. Bell le presentó su invento debidamente patentado a William Orton, el presidente de la compañía WU, solicitando para ceder sus derechos al teléfono la cantidad de 100 mil dólares. El señor Orton rechazó la oferta diciéndole a Bell: _La respuesta es no, porque ¿nuestra compañía, qué uso podría darle a un juguete eléctrico?
Analizando la postura de Orton es muy probable que influyó la forma de la presentación del invento, pues Bell describió así su patente: “El método de, y el aparato para, transmitir sonidos vocales u otros telegráficamente (…) causando ondulaciones eléctricas de forma similar a como el aire acompaña las vocalizaciones u otros sonidos”. Ante el fracaso de su plan comercial, Bell fundó posteriormente la Bell Telephone Company, y el teléfono acabó totalmente con la gigantesca empresa de telegrafía que lo había rechazado. Son varias las lecciones que nos da esta historia. Una de ellas es que para vender algo no sólo es necesario tener un buen producto, sino apoyarlo con una buena presentación y su correspondiente estudio de mercadotecnia. Otra es que muchas veces, perdiendo se gana más que ganando.