21/Sep/2024
Editoriales

Bernardo Reyes, el final

Amaneció el día 8 de febrero de 1913, y estaba en prisión desde diciembre de 1911. En esos catorce meses, el general Bernardo Reyes Ogazón vivió envuelto en la tristeza y sin esperanzas, acaso era el afecto cercano de su hijo Rodolfo lo que le daba un hálito a su existencia. Frecuentemente recordaba y reflexionaba acerca de sus días de gloria como gobernador de Nuevo León; de su sosegada reacción cuando su jefe Don Porfirio le envió en 1909 el más cruel mensaje que habría imaginado, diciéndole que le acababa de conceder un cargo cargo militar en París, y le pedía que lo aprovechara para descansar un buen tiempo, luego de sus pesadas tareas en la vida pública. Molesto, pudo armar una revolución de las que se acostumbraban antes, pero dócilmente obedeció a su jefe, dejando el gobierno del estado para irse a Europa. A la caída de Díaz, regresó para intentar darle una vuelta de campana a lo sucedido en la Revolución, pero ya era demasiado tarde y terminó en prisión. Sabía por las pláticas de los celadores y de algunas visitas esporádicas que recibía, del desastre político que en esos momentos imperaba en el país. Madero gobernaba prácticamente solo, le hicieron el vacío sus familiares, amigos y partidarios, tenía que soportar los airados reclamos de sus ex aliados revolucionarios, así como las agresiones de la prensa ridiculizándolo todos los días por su falta de oficio político. Además de la insidiosa labor del embajador norteamericano Henry Lane Wilson, que alentaba los ataques contra el gobierno de Madero, y que Madero inexplicablemente no se defendía. Hasta que finalmente se le dio forma a una conspiración -la cuarta en tan breve tiempo-, aunque no se veía fácil, pues la Comandancia Militar y la Inspección de Policía traían las antenas altas para identificar y desarticular cualquier movimiento subversivo. Sin embargo, ese día por la noche, recibió por conducto de un propio la noticia de que se preparara, porque en Tacubaya se levantarían varios cuerpos militares dirigidos por el general mexiquense Manuel Mondragón, y le pedirían a él que encabezara un golpe de estado. Reyes no durmió construyendo escenarios, y rayando el sol, llegó hasta la puerta de la prisión de Tlatelolco, el general Gregorio Ruiz acompañado de tropas y Cadetes, “solucionando” su salida y cuadrándosele desde afuera de su celda: “A sus órdenes, general Reyes” le dijo, y en ese momento el ex gobernador de Nuevo León se transformó, saliendo con la frente en alto, montó el caballo Lucero que le facilitó su hijo Rodolfo, y acompañado de este y del dentista militar Samuel Espinosa de los Monteros, se movió hasta donde estaban los valientes que le acompañarían en su aventura, y Reyes dio la orden: “A Palacio”, marchando al frente con el general Ruiz y los cadetes. Don Bernardo Reyes iba como era antes de su captura en Linares, y trotando con garbo su caballo, enfiló rumbo al Palacio Nacional, sin haber pronunciado siquiera algún discurso en el que ventilara sus ideales para la lucha, y sin arengas a quienes se jugarían la vida junto a él. Todo parecía ser obra del capricho, del atropello y de los apetitos personales (Valadez. II Tomo, pág. 210). Se adelantó el Gral. Gregorio Ruiz -quien lo había acompañado desde que era capitán en 1876- para preparar la recepción, y cuando arribó Don Bernardo al Zócalo, no se escuchaba nada ni se veía a nadie defendiendo el asiento del Poder Ejecutivo, bello edificio que le era familiar por haber acompañado muchas veces al presidente Díaz en actos militares. Las tropas de avanzada se preocuparon cuando advirtieron silencio absoluto, pues solo se escuchaba la marcha de sus caballos y de los Cadetes, lo que no era buena señal, así que trataron de convencerlo que detuviera su marcha, pero él siguió avanzando por el centro de la Plaza. Mondragón le gritó: ¡Deténgase, General! Rodolfo le dijo: ¡Detente, padre que te matan!  A él sí le contestó en tono bajo: ¡Pero no por la espalda!

Guardó su pistola para que el enemigo viera que no representaba peligro y siguió avanzando, pero nada pudo contener el fuerte estruendo de la metralla.

Junto con él, cayeron otros soldados y varios curiosos, de los que nunca faltan buscando ser testigos de los hechos importantes.

Así terminó la historia de uno de los más grandes gobernadores que ha tenido Nuevo León, un militar valiente y leal a su jefe, cuyo su destino fue marcado por una felicitación del presidente Porfirio Díaz, quien luego de una visita a Monterrey, en diciembre de 1898 le dijo: “General Reyes, así se gobierna”, suficiente para que se desataran los terribles demonios de la política pues eso le llevaba a la quintaesencia de la política nacional.

Las señales de adulación en el alto nivel político siempre traen consecuencias que pueden ser buenas o malas.      

  

Fuentes:

Carlos R. Cantú, Roel, abril de 1973.

Obras consultadas: Méjico pacificado, Adolfo Duclós Salinas. Historia General de la Revolución Mexicana, José V. Valdés. Historia Extraoficial de la Revolución mexicana, Taracena.  El General Bernardo Reyes, Dr. E. V. Niemeyer. Diario de la revolución, Dr. Francisco Vela González.