Editoriales

Sucedió en la segunda Guerra del opio

En 1860, el ejército inglés llegó a Pekín, la capital de China. Parecía increíble, un gran país era invadido por unos cuantos soldados bien armados y con deseos de conquistar. Para los ingleses conquistar era algo así como arrasar, robar y desde luego, asesinar. En sociedad con los franceses, Inglaterra urdió la forma de acabar con un imperio pleno de sabiduría, trabajo y cultura, pero sin el conocimiento del nuevo concepto de guerra. Llegaron al palacio de Verano, centro de poder de la Dinastía Manchú, un paradisíaco lugar donde había lagos, grandes jardines y muchas pagodas pintorescas.

Allí los invasores se dieron gusto robando de todo, se llevaron joyas, muebles, cortinas, esculturas, vestidos de seda, relojes, biombos y adornos. Dejaron nada más lo “inservible”: los libros de la biblioteca, sitio en donde estaba la memoria de la gran sabiduría china. Si ahí hubiera parado todo, la pérdida no hubiera sido demasiado grande, sin embargo, a algún soldado inglés trasnochado se le ocurrió quemar todo el Palacio de Verano, y la tropa se contagió con ese piromántico sentimiento. Por muchos días estuvieron prendidas las llamas que consumieron siglos de estudio y sabiduría. La grandiosa y ahora respetada corona inglesa había dejado el negocio de la venta de gente de color por el de la venta de drogas, y este nuevo negocio era también rentable: la conquista y el saqueo en gran escala.

Pero China está ahora casi tan fuerte como en aquellos tiempos. Si bien ya no son los líderes en filosofía, ahora lo son en el comercio y tienen un ejército temible.