28/Mar/2024
Editoriales

El poder de transformar una mala situación

Suele pasar que un día cualquiera las cosas no ocurren todas de manera favorable para nosotros, suele pasar también, que entonces sentimos como si algo oscuro y misterioso o alguien por demás nefasto, hubieran insistido en arruinarnos la jornada. Y pudiera ser, en consecuencia, que nuestro estado de ánimo, ante tales circunstancias, decayera por completo. Me ha pasado y estoy segura de que a ti, esto, puede resultarte familiar. Lo cierto es que no pasa a diario, pero cuando sucede, tenemos dos opciones: La primera es sencilla, se llama permitir, lamentablemente no nos conduce a nada bueno, y la segunda se llama transformar, esta, desde luego nos sitúa en otra posición. 

Si permitimos que nos arrastre el desánimo, el día continuará con ese tinte de opacidad y no habremos avanzado hacia ningún sitio en el que brille la luz, en cambio, si decidimos transformar esa situación en lo que sea, ocupándonos de olvidarla por completo, tratando –en el intento- de hacer algo, aunque sea pequeñito como revisar un cajón para poner orden en él, salir a caminar unos cuantos pasos para ver si está el vecino de al lado o sentir, por lo menos, un poquito de felicidad recordando algún buen momento, estaremos movilizando la energía hacia otro sitio, uno más placentero.

Sé que decirlo es fácil y no requiere ningún esfuerzo. No obstante, para muestra basta un botón. Hoy mi día empezó lindo, maravilloso, soleado, sin frio, y al cabo de unas horas, inesperadamente algo pasó que me dejó un mal sabor de boca. La primera hora no dejaba de pensar en ello y cuestionarme tantas cosas como ¿por qué a mí?, ¿por qué hoy?, ¿qué está pasando?, y ya para finalizar, me llegó la típica pregunta: ¿acaso hice algo para merecerlo? Pues no, la respuesta que me dio mi querida voz interior fue esa, no, no y no, tú no hiciste nada para provocar o merecer lo que estás viviendo. La siguiente hora lo comenté con algunas personas, las cuales me escucharon con atención, sin embargo, contarlo me hacía seguir recordándolo. Al llegar la tercera hora, inevitablemente tuve que ocuparme en cuestiones ordinarias y obligatorias, entonces, como lo hice no porque quisiera sino porque tenía que hacerlo aunque no tuviera ganas, pues antes de sesenta minutos noté que mi enfado había desaparecido. Sí, es verdad que volví a recordar aquello, pero el recuerdo se dio como algo un tanto lejano y menos punzante.

Por desgracia, a veces, algunas personas cercanas a nosotros, llegan, tocan la puerta y lo único que traen consigo es un paquetito de malas situaciones destinado a lastimarnos, mortificarnos, apagar nuestro ánimo y demás, así como si fuera un reloj que explotará al abrir ese engañoso regalo. ¿Y por qué lo hacen? Creo que me faltaría espacio para enumerar los distintos motivos que pudieran moverlos a actuar de esa forma y además, no deseo restar emociones en este momento sino sumar posibilidades.

Prefiero quedarme con la posibilidad de avanzar, dejando el “regalito” en la basura y continuar analizando ese abanico de caminos que me lleven a crear un mejor día.

Hoy me quedo con la satisfacción de decir: No pasó nada, no me estropeaste ni siquiera la tarde y lejos de eso, construí en lugar de andar por el mundo tratando de destruir las sonrisas de mis semejantes.

Dedicado a los iracundos que no saben hacer buenos regalos.