28/Apr/2024
Editoriales

La mordacidad

Un hombre mordaz siempre es propenso a murmurar y criticar con acritud o malignidad generalmente ingeniosas. Siempre han existido, existen y seguramente existirán personas, hombres y mujeres mordaces, pues esa es su naturaleza.

 Hubo un hombre al que le decían simplemente Talleyrand (1754 – 1838) que era obispo, político y estadista francés. Su nombre completo era Charles-Maurice de  Talleyrand-Périgord; demasiado formal y él, a pesar de ser un hombre muy culto e influyente, procuraba dar la impresión de sencillez que le permitiera hablar con soltura y le daba más realce a su rapidez en las respuestas a cualquier tema, y no siempre en forma cómoda. 

 El día que Talleyrand agonizaba, el humanitario diagnóstico del médico que le atendía fue:

 _Por el momento no hay peligro; el corazón funciona bien.

 Más tardó en dar su diagnóstico cuando Talleyrand replicó:

 _¡Claro! ¡Ha servido tan poco!

Su mordacidad le ganaba; ni él mismo se perdonaba en la hora previa a su muerte.

 

  Cuento francés, versión libre mía