02/May/2024
Editoriales

La prevaricación política

En la Francia de 1830 hubo una revolución que duró tres días de tumultos y revueltas entre dos partes en conflicto y el estadista -ya entrado en años- Charles Maurice Talleyrand, conocedor y amante de la política conciliadora, estaba una noche sentado junto a la ventana escuchando el tañer de las campanas que anunciaban el fin de los enfrentamientos.

Se volvió a su asistente diciéndole: 

_ ¡Ah, las campanas! Eso quiere decir que nosotros hemos ganado.

_ ¿Quienes son “nosotros”, mon prince, preguntó el asistente. 

Talleyrand le indicó con un duro gesto que guardara silencio, y respondió con fuerza: 

_ ¡Ni una palabra! Mañana le diré quienes son “nosotros”.

Esa despreciable actitud, de apoyar al mismo tiempo a partidos contrarios, que bien podría llamarse “prevaricación política”, no es una perversión moderna, ni siquiera de los sofisticados políticos europeos del siglo XIX. 

La prevaricación política viene desde el nacimiento de este indispensable oficio para poder ejercer adecuadamente un gobierno o un liderazgo. Hoy día es válido y legal cambiar de partido o de ideología, pero el activismo en favor de varios contendientes al mismo tiempo, con la ambición de ser parte de quienes se alzan con la victoria, en realidad quienes lo practican son siempre parte de los derrotados.