03/May/2024
Editoriales

El músico de la calle Morelos

 

En la Plaza Comercial Morelos, de las pocas calles peatonales que tiene nuestra Ciudad, de pronto puede uno encontrarse con artistas callejeros de los que se ganan la vida disfrazados de estatuas, o cantando o tocando algún instrumento musical a cambio de algunas monedas que el público les quiera regalar.

Una vez estaba un hombre desaliñado con un acordeón viejo cuyas teclas aporreaba obligándolas a que emitieran los acordes de una melodía popular que ni siquiera podía identificarse bien. 

Frente a él tenía en el suelo un paliacate semi doblado a manera de urna para depositar las monedas del público complacido, pero no había ninguna.

Casualmente pasaba por ahí un acordeonista profesional, que formaba parte de un grupo musical de Apodaca, y al ver lo mal que estaba su ‘colega’ se detuvo y esperó a que terminara la melodía, echándole una ‘moneda de a diez’, lo que hizo que el hombre volteara a verlo para agradecerle el gesto.

El artista le pidió entonces que le permitiera probar su viejo acordeón, a lo que el hombre accedió, pues era signo de agradecimiento a ese ‘aficionado’.

Desde el primer acorde, la gente escuchó un cambio, y vigorosamente estiró el fuelle del acordeón como si lo fuera a desbaratar, por lo que el dueño se puso nervioso. Pero inmediatamente el artista comenzó a tocar una canción muy conocida y los transeúntes no solo pusieron atención, sino que se detuvieron a escucharlo.

El acordeonista logró que la gente se emocionara y aplaudiera cuando ejecutaba un par de melodías, por lo que el paliacate pronto se vio repleto de monedas y hasta de billetes de veinte pesos.

El hombre estaba feliz y decía en voz alta: 

_Ese es mi acordeón, yo lo toco todos los días. Gracias a todos.

De esta anécdota debemos aprender que nuestra vida es como un instrumento musical que Dios nos dio a todos. Aunque a algunos les haya dado un modesto acordeón diatónico de botones, mientras a otros acordeones finos, de bajos estándar y teclado fino.  

Lo importante es que todos podemos tocar y ya queda al albedrío de cada uno de nosotros hasta dónde queremos llegar con nuestro acordeón, si tan sólo queremos que alguien nos obsequie una moneda o queremos perfeccionar nuestra habilidad para llegar a ser concertista o simplemente destacar como un buen ejecutor del instrumento musical. 

Nuestro trabajo es como el acordeón que, si nos esmeramos en tocarlo bien, seguramente llegaremos a las metas que aspiramos.  

Superémonos todos los días; nuestra competencia es con nosotros mismos, no con los demás.