En la Plaza Comercial Morelos, de las pocas calles peatonales que tiene nuestra Ciudad, de pronto puede uno encontrarse con artistas callejeros de los que se ganan la vida disfrazados de estatuas, o cantando o tocando algún instrumento musical a cambio de algunas monedas que el público les quiera regalar.
Una vez estaba un hombre desaliñado con un acordeón viejo cuyas teclas aporreaba obligándolas a que emitieran los acordes de una melodía popular que ni siquiera podía identificarse bien.
Frente a él tenía en el suelo un paliacate semi doblado a manera de urna para depositar las monedas del público complacido, pero no había ninguna.
Casualmente pasaba por ahí un acordeonista profesional, que formaba parte de un grupo musical de Apodaca, y al ver lo mal que estaba su ‘colega’ se detuvo y esperó a que terminara la melodía, echándole una ‘moneda de a diez’, lo que hizo que el hombre volteara a verlo para agradecerle el gesto.
El artista le pidió entonces que le permitiera probar su viejo acordeón, a lo que el hombre accedió, pues era signo de agradecimiento a ese ‘aficionado’.
Desde el primer acorde, la gente escuchó un cambio, y vigorosamente estiró el fuelle del acordeón como si lo fuera a desbaratar, por lo que el dueño se puso nervioso. Pero inmediatamente el artista comenzó a tocar una canción muy conocida y los transeúntes no solo pusieron atención, sino que se detuvieron a escucharlo.
El acordeonista logró que la gente se emocionara y aplaudiera cuando ejecutaba un par de melodías, por lo que el paliacate pronto se vio repleto de monedas y hasta de billetes de veinte pesos.
El hombre estaba feliz y decía en voz alta:
_Ese es mi acordeón, yo lo toco todos los días. Gracias a todos.
De esta anécdota debemos aprender que nuestra vida es como un instrumento musical que Dios nos dio a todos. Aunque a algunos les haya dado un modesto acordeón diatónico de botones, mientras a otros acordeones finos, de bajos estándar y teclado fino.
Lo importante es que todos podemos tocar y ya queda al albedrío de cada uno de nosotros hasta dónde queremos llegar con nuestro acordeón, si tan sólo queremos que alguien nos obsequie una moneda o queremos perfeccionar nuestra habilidad para llegar a ser concertista o simplemente destacar como un buen ejecutor del instrumento musical.
Nuestro trabajo es como el acordeón que, si nos esmeramos en tocarlo bien, seguramente llegaremos a las metas que aspiramos.
Superémonos todos los días; nuestra competencia es con nosotros mismos, no con los demás.