Editoriales

La música es amor

Jorge René Peña Solís, mi gran amigo compañero de la escuela secundaria, era un bohemio natural, aunque no bebía -nadie es perfecto- disfrutaba ver a sus amigos bebiendo. 

Jorge tocaba la guitarra y cantaba los boleros mejor que muchos tríos profesionales.

Los tres años que fuimos compañeros en la Secundaria número Uno, profesor Moisés Sáenz Garza, cada diez de mayo fuimos a cantarle las mañanitas a nuestras madres. Íbamos Jorge, un sobrino de él que ahora no recuerdo su nombre, y ‘el de la voz’ como decían nuestros ancestros, que sólo me dedicaba a berrear.

Entre las cosas que yo admiraba de Jorge era su cultura musical, pues a pesar de nuestra corta edad, conocía santo y señas de los autores de las canciones que cantábamos.

Entre ellos estaba Ricardo Palmerín, autor de una parte de la trova yucateca, a la que aportó hermosas piezas musicales como Golondrinas Yucatecas, Como un Pájaro Herido, y la que mejor cantaba mi amigo: Peregrina.

Él me contó que un político yucateco llamado ‘Puerto’ le había pedido a Palmerín que musicalizara un poema del también yucateco Rosado, en honor de una periodista llamada Reed, y así nació esa pieza que es un himno para muchos enamorados. 

Mis irrelevantes incursiones en la música serán motivo de otra confesión posterior, por ahora deseo mencionar que pasado el tiempo, mi afición por las biografías me llevó a leer la de Felipe Carrillo Puerto, el legendario político yucateco que fundó la Universidad Nacional del Sureste.  

Siendo gobernador de su estado, la periodista norteamericana Alma Reed lo entrevistó

en 1923 para la revista New York Times Magazine, y el temperamental yucateco se enamoró de esta joven y bella profesional que también quedó prendada de la personalidad del caudillo revolucionario.

Carrillo Puerto se divorció porque pensaba casarse con Reed pero en diciembre de ese año estalló la rebelión Delahuertista contra el gobierno de Álvaro Obregón, y ‘Puerto’ se enfrentó a ella siendo apresado junto a sus tres hermanos y fusilado.  

En el ínterin Felipe Carrillo Puerto le había pedido a Ricardo Palmerín que le compusiera una buena música al poema que le había hecho Luis Rosado Vega y así se armó la preciosa canción “Peregrina” dedicada a su amor Alma Reed. 

“Peregrina de ojos claros y divinos/ y mejillas encendidas de arrebol,/ mujercita de labios purpurinos/ y radiante cabellera como el sol./ Peregrina que dejaste tus lugares,/ los abetos y la nieve, y la nieve virginal,/ y viniste a refugiarte en mis palmares,/ bajo el cielo de mi tierra, / de mi tierra tropical.

Si eso no es amor, ya no entiendo nada.