03/May/2024
Editoriales

¿Por qué se llaman como se llaman nuestros pueblos?

En el área metropolitana de Monterrey abundan los santos. Además de las personas buenas y de los seres de luz, los nombres de algunas municipalidades y poblaciones que desde antiguo existen son de santos, y no todos por aspectos religiosos. 

Santa Catarina cambió su nombre de Santa Catalina al actual, mientras San Pedro Garza García tiene una combinación religiosa y política, el de San Nicolás de los Garza viene de San Nicolás de Tolentino y la Estancia de Pedro de la Garza, su dueño. Apodaca -que ha sido denominada de diversas formas, como la de Valle de San Francisco-, tiene en su territorio los ‘santos’ poblados de San Miguel y de Santa Rosa. 

Sin embargo, el estado de Nuevo León tiene riqueza de nombres de procedencia diversa. Para comenzar una de sus singularidades es que continúa llamándose tal como fue fundado, sólo se compactó el nombre de Nuevo Reino de León a Nuevo León, mientras los nombres de Nuevo Santander, Nueva Vizcaya y Nueva Galicia, entidades vecinas, ya no existen.

Los naturales de nuestra región neolonesa -a diferencia de otros  en el país- no dejaron huella de cómo le llamaban a los diversos parajes y lugares típicos, pues los nombres que conocemos actualmente fueron inventados por los colonizadores europeos.

Acaso podemos identificar como nombres de orígenes regionales a Huajuco, Mamulique, Agualeguas, Hualahuises, Ayancual, Icamole y algunos otros que los castellanos impusieron en base a su versión de los vocablos indígenas. 

Ayancual es por los indios ayanguara. Huajuco viene del cacique indio que le decían Guajuco o Cuaujuco, que en 1624 atacó Monterrey y fue muerto por sus propios guerreros en 1625.

Hualahuises viene de la tribu indígena en la Misión de San Cristóbal de Gualagüises, etc.

En nuestro estado existen unas 5 mil localidades entre ciudades, congregaciones, poblados, ejidos, ranchos, haciendas y rancherías. Sus nombres son difíciles de cuantificar, mucho más de identificar plenamente, pues además de nombres religiosos, hay de origen árabe como Guadalupe; de origen francés como Abra (puerto); del náhuatl como Anáhuac, Atongo, Anacua, Anacahuite, Chipinque, y otros más. 

Hay lugares con nombres que evocan el preciado y escaso líquido vital, como Aguas Hediondas, Charco Redondo (hoy Melchor Ocampo), Agua Blancas, y muchos más.

Otros honran a personajes, como la congregación Larraldeña, de Sabinas Hidalgo, en honor del teniente de gobernador Ignacio de Larralde, que murió en 1753. O el ejido Mederos de Monterrey, que lleva el nombre de Manuel de Mederos, uno de los fundadores de Pesquería Grande (hoy García); o Los Lermas, de Ciudad Guadalupe, en honor de Juan Pérez de Lerma, un pionero del Nuevo Reino de León.

Un clásico es hablar de China, la de nosotros, no la de Japón, como dijera una concursante para Miss Nuevo León, hace un par de décadas.

Se llama así en honor del frayle franciscano Felipe de Jesús, que murió crucificado en Japón en el año de 1597, convirtiéndose en un santo mexicano, pero como a muchos de aquellos tiempos, todo lo que fuera el lejano Oriente era China, así se bautizó en 1710 el Rancho de China. En 1812 se declaró al Valle de San Felipe de Jesús de China un municipio independiente del Valle del Pilón.

Cada nombre tiene su historia, tal como sucede en una familia que los hijos se llaman como se llaman en función de la tradición familiar, de la influencia buena o mala de alguna persona ajena a la familia, o simplemente, porque ‘así cayó’ en el calendario.