03/May/2024
Editoriales

El arte y la política

El 4 de noviembre de 1864, se estrenó en Palacio Nacional la obra Don Juan Tenorio con la presencia de su autor José Zorrilla, y la pareja imperial Maximiliano y Carlota, resultando todo un éxito. En esa ocasión destacó una joven mexicana llamada Concha Méndez (Cd. De México, 1848-1911), de la cual se prendó la emperatriz Carlota, quien al término de su actuación le obsequió en premio a su jocosa actuación una valiosa pulsera que lucía con su elegante vestido. En todo el tiempo que duró el imperio, Concha Méndez apareció en absolutamente todas las obras de teatro y siempre le echaba flores a los príncipes europeos que se deleitaban con ella porque además cantaba muy bien la canción La Paloma que se puso de moda.

Carlota estaba enamorada de esa pieza musical y nunca más la quiso escuchar con otra persona que no fuera Concha Méndez. Pero el ingenio del mexicano se hizo presente y distorsionó la letra diciendo: “Si a tu ventana llega un burro flaco/ trátalo con desprecio que es un austriaco/ ni siquiera lo mires por tu ventana/ porque no quiere gringos la mexicana”. Aquí el término peyorativo “gringos” que se aplicó a los invasores norteamericanos de 1846-1848, fue aplicado a los europeos. En fin, que cayó el imperio y Benito Juárez entró triunfante a la ciudad de México. Días después, el 21 de julio de 1867, Concha se presentaba en el Teatro Nacional dentro del elenco de la obra La muerte de Lincoln.

Pero el público le faltó al respeto y le exigía a Concha Méndez que cantara la canción burlesca Adiós Mamá Carlota, escrita por Vicente Rivapalacio, que había sido el himno de los soldados republicanos que luchaban contra los imperialistas. La  Paloma iba a ser cantada por Concha Méndez pero la gente no lo permitió y la artista soltó el llanto, negándose a seguir en escena. Uno de los actores salió a explicar que Concha Méndez no podía cantar Mamá Carlota porque no se sabía la letra. Esta anécdota acaparó totalmente las conversaciones en todos los bares y cafés de la capital de México, cuando menos por seis meses. En repetidas ocasiones hemos visto en México y el mundo, que el arte y la política si se juntan demasiado pueden llegar a confundirse, perdiendo el primero lo mucho que aporta al espíritu, pues la conciencia colectiva reacciona conforme los vaivenes de la segunda.