03/May/2024
Editoriales

Dios está en nuestro interior

Por más que le explicaba su madre a Yuyo que él era una creación divina, no lo entendía; sentía que era común y corriente, igual a los demás seres vivos.

 Se comparaba y hasta se sentía a veces como su perrito Magento, y a veces peor, se comparaba con los insectos que gustaba observar con la lupa que le había regalado su tío Nemecio, El Sabio.

 Le decían así, porque hablaba poco y siempre conciso, con mucha seguridad.

Así que cuando fue a visitarlos Nemecio, le preguntó qué pensaba de lo que su madre afirmaba.

 El tío, muy serio le dijo que él, igual pensaba que todos los seres humanos tenían alma y por lo tanto, eran parte de la divinidad.

_¿Eso quiere decir que Dios está dentro de mí?

 _Así es, sobrino, la Divinidad está en tu interior.

Se queda pensando toda la tarde y antes de que su tío acabe su visita, le pregunta.

 _¿Y cómo puede caber Dios, que es tan grande, dentro de mí? Él es maravilloso y yo no veo nada de él en mí.

El tío, sin pensarlo mucho, pide que le muestre un lápiz de madera.

 Yuyo lo encuentra entre sus útiles escolares, y se lo enseña.

_¡Éste no es un lápiz de madera! Le dice Nemecio.

 _Claro que lo es, tío. Le responde Yuyo, sorprendido que un sabio no reconozca el material de su lápiz.

_¿Y dónde están las raíces, el tronco y las preciosas ramas verdes del enorme y bello pino de donde sale la madera para hacer el lápiz?

 _¿Dónde está la mina de donde se extrae el preciado mineral que raya el papel?

_¿Y las poderosas máquinas cepilladoras de la madera? ¿Y las que meten el carbón dentro de cada trocito de viga? ¿Y las que fabrican y pegan el borrador en la punta del lápiz? ¿Y las que pintan su acabado, poniéndole la marca?

 _¿Dónde quedaron los calificados operadores que hicieron posible que trabajaran esas máquinas?

_¡Llévatelo! Ese no es el lápiz que te pedí, pues en tan poco espacio no pueden caber tantas maravillas que se necesitan para hacer un lápiz, y ni siquiera se le ven indicios de ello.

Yuyo devolvió el lápiz a su mochila escolar y ya no regresó.

 Desde entonces aprecia más a su lápiz… y entiende que Dios está dentro de él.