03/May/2024
Editoriales

Los equilibrios de un sistema presidencialista

Una esgrima verbal entre los tres poderes del gobierno es, hasta cierto punto, saludable, pues antes de llegar a un acuerdo, debe prevalecer la soberanía de cada uno de ellos, pues en eso reside la democracia.

Si uno de los poderes se impone o maneja a los otros, podrá ser un buen gobierno, pero jamás tendrá el título de gobierno democrático.   

Las naciones con sistema de gobierno presidencialista no necesariamente son gobernadas adecuadamente, pero apuestan a que un presidente ejecute de la mejor manera lo que haya aprobado el poder legislativo y corregido lo que subraye el poder judicial, y en ese equilibrio depositan sus esperanzas de paz y progreso.

El riesgo que corren es que, por los imponderables de la libertad del voto, sin tener más responsabilidad el elector que su conciencia, se instale un político despótico que gobierne con un ‘sistema democrático’, como ya tuvimos antes en México. 

Para eso la humanidad ha tenido guías, es decir, mentes iluminadas que han creado sistemas y órganos de equilibrio del poder presidencial. 

Así, desde 1748, Montequieu defendió la separación de los poderes en su obra ‘El espíritu de las Leyes’, que hasta la actualidad rige en muchas partes del orbe. 

Otra aportación importante la dio en 1788 James Madison, al defender los mecanismos de equilibrio de poderes en ‘The Federalist Papers’ y, en 1885, Woodrow Wilson atacó al sistema presidencial en su Gobierno Congresional. 

Sin embargo, como en Estados Unidos, el país – líder que sigue siendo una democracia presidencialista, ha registrado casos de presidentes que no llegan a gobernar con la mayoría de los votos populares, porque así lo permite su sistema electoral de voto indirecto -como Donald Trump- y siempre será recomendable que su partido no obtenga mayoría en los representantes populares en el Congreso, pues se pueden tomar medidas que el electorado norteamericano no apruebe.

Esto ha llevado a extremos del ridículo, como la bufonada de la ‘toma’ del Capitolio  después de haber perdido Trump su re-elección, queriendo impedir que el Legislativo oficializara el triunfo de Biden.

Y éste, el presidente Biden de origen demócrata, hoy día gobierna con el apoyo de sólo 212 representantes en la Cámara Baja, contra 222 republicanos,

Aunque en el senado, su partido Demócrata tiene mayoría de 51 senadores contra 49 del republicano. 

El poder judicial norteamericano -La Suprema Corte de Justicia- es integrada por un presidente y ocho ministros que son nombrados por el presidente de la república con la aprobación del senado, su duración en el puesto es vitalicia. 

En los últimos dos presidentes norteamericanos, Trump no obtuvo la mayoría de votos populares, pero gobernó con una mayoría en el Congreso, mientras Biden gobierna con una minoría de representantes y una mayoría de senadores.

Ahora la reelección de Biden también se ve difícil, pues no ha mostrado el liderazgo que se esperaba, a pesar de que su experiencia política es muy superior a la de Trump.

En fin, eso lo dirimirán los electores norteamericanos, y nosotros debemos concentrarnos en lo que sucede en nuestro México, país en el que no hay contrapeso legislativo a López Obrador, pues su partido tiene mayoría en las dos cámaras, la de diputados y en la de senadores.

Esto significa que el único poder independiente es el Judicial, y su presidenta Norma Piña no se la debe a AMLO, pues se trata de una ministra de carrera, pero desde que llegó a presidir el Poder Judicial, ha recibido una y otra embestidas del presidente López Obrador.

Por ello en todo México se le aplaude a esta mujer que se mantiene incólume, actuando conforme a las leyes constitucionales.  

Es un ejemplo para todos su actuación, pues en su labor descansan las esperanzas de los mexicanos, para que el de López Obrador no termine convirtiéndose en un gobierno despótico, de los que ya padecimos algunas veces en el pasado.