23/Apr/2024
Editoriales

La leyenda del túnel

 

 

 

En donde ahora es el Museo y Casa de la Cultura en Montemorelos yo tuve una Quinta que por años utilizaba para festejos familiares y personales. Había una estancia bien acondicionada y a un lado estaba el viejo Edificio que data del siglo XIX y hoy exalta la historia del Valle del Pilón. 

Quien me vendió esa propiedad, el ingeniero agrónomo Azael de la Fuente, me platicaba algunas leyendas de fantasmas que de vez en vez aparecían en el antiguo Edificio, que ya había sido Hospital, Cuartel, Escuela y Ermita. En el lado norte pasaba una acequia, con agua limpísima que generaba un hermoso ruido con su movimiento, dándole un ambiente fresco y relajado a las noches de verano. 

Mi familia, incluyendo a mi santa madre, disfrutó mucho esa propiedad hasta que mis hijos crecieron y dejaron de ir.

Entre las leyendas que Azael me platicó estaba la existencia de un túnel que conectaba el Edificio con la Iglesia del Sagrado Corazón de Jesús, mismo que se decía usaban los monjes en tiempos de la Ermita. Entrambas construcciones (La Iglesia y el Edificio) hay tal vez un par de kilómetros de distancia. Adentro del Edificio había un pozo tapado con una losa de concreto, que decía mi amigo que era la entrada al túnel y que nadie se atrevía a bajar por temor a la existencia de animales dañinos o gases tóxicos acumulados. Esta leyenda se aderezaba con una gran cantidad de murciélagos que iban diariamente a descansar en la parte alta del edificio, en una de las habitaciones más grandes. 

Una vez, invité a mi compadre Armín Rodríguez, que solía amanecer en los festines, y cuando estábamos en pleno proceso de hidratación me dijo que al ir al baño había escuchado ruidos extraños en el edificio. Eran más de las tres de la madrugada, y otro de los invitados, mi amigo Jorge Peña Solís, creo, dijo que también había escuchado algo. Los demás invitados se interesaron y como en bola todos somos muy valientes hicimos una “excursión” hasta el pozo tapado (a unos cuarenta metros) y no escuchamos nada. Regresamos a nuestra agradable misión de esperar el momento de sacar del pozo (otro, no el del túnel) una rica barbacoa que devoramos una hora después, para que se nos pasara el susto. Regresé al mes a pernoctar dos o tres noches en la Quinta, y una de ellas no podía dormir cuando escuché un ruido como de herrajes lejanos. Me levanté y –medio acobardado, confieso- entré al edificio con una lámpara y tampoco escuché ni vi nada, a excepción de un ligero golpeteo de una ventana que luchaba con el aire. Me senté en la explanada que tiene cerca de la acequia a esperar a que amaneciera y cuando eso sucedió volteé hacia arriba pues sentí que alguien me miraba del segundo piso al través de una ventana. Ya había luz de día, así que subí a revisar al “cuarto de los murciélagos”, sin encontrar a nadie. Luego de desayunar un rico chorizo con huevo, sesteé un rato y al despertar –ya descansado- entendí que si existen los fantasmas, uno de ellos, emulando al Chapo en sus buenos tiempos, había salido del túnel y me había observado desde la ventana de arriba, y que el ruido de herrajes que escuché era de algún carruaje detenido en la frontera entre el siglo XIX y el XXI, protestando por los automóvies que en el siglo XX los desaparecieron a ellos que tan buen servicio daban, y no contaminaban. En cuanto a la ventana que hacía ruido, posiblemente era por alguna lucha entre los fantasmas del hospital, contra los del cuartel y la escuela, pues los del túnel eran los únicos reales.  No hay pueblo importante que se precie de serlo, que no tenga una leyenda de fantasmas y de un túnel secreto.