Editoriales

El fin del mundo

Cuando se presenta alguna crisis importante, nunca falta quien se sienta profeta y vaticine el Fin del Mundo.

Es extraño que en estos angustiantes tiempos no aparezca algún personaje en busca de fama y lo pronostique.  

Aunque se están presentando casos de asesinatos colectivos sin motivo aparente -que es mucho peor síntoma de desequilibrio-, el concepto de Fin del Mundo que ha sido recurrente a lo largo de la historia, no aparece.

Uno de tantos ejemplos es el de Harold Camping (1921-2013), un ingeniero de Colorado que vivía en Nueva York, propietario de 150 estaciones de radio, que predicaba y profetizaba que en 1994 se acabaría el mundo, según nota del New York Times.   

Camping explicaba sus cálculos en interpretaciones de varios pasajes bíblicos que conlcuían en un inminente Apocalipsis.

Miles de personas se la creyeron y siguiendo sus consejos, abandonaron empleos para dedicarse a advertir lo que sucedería y, como usted sabe, nada sucedió ese año.

Camping hubo de dar una explicación en 1995 diciendo que se había equivocado, porque había mal interpretado un versículo pero que ya corregido el error, la catástrofe final sería en mayo de 2011.   

Recomendaba deshacerse de las propiedades para dedicarse a predicar el fin del mundo, aunque nunca dijo que si alguien regalaba su casa a otro ¿Para qué le serviría a ese otro?

Camping utilizaba para difundir su profecía sus estaciones de radio y miles de anuncios panorámicos en el planeta.

Hubo un señor llamado Edwin Rafael Carlot y su esposa Vilma, de República Dominicana, que gastaron sus ahorros de 22 años, en publicidad con mensajes de fin del mundo, en varias ciudades de México y su país natal. Aquí pagaron a Vendor, 32 panorámicos en Hermosillo, Distrito Federal, Monterrey, Tijuana, y Juárez.

Otro caso fue el monje francés Roual Glaber que, frente al Cometa Halley en el año 989, dijo que “Cuando aparece un prodigio así, ocurrirá un suceso extraordinario y sobrecogedor en el mundo”. 

Desde luego que falló, pero creó una secta herética “La paz de Dios”, que corrigió la fecha: El fin del mundo no era a mil años del nacimiento de Jesús, sino a mil años de su muerte, o sea el año de 1033. Oraban por las noches, hacían penitencias y renunciaron a sus propiedades, hasta que se llegó la fecha y por supuesto, tampoco fue cierto.  

En 1555 el médico y astrólogo francés Nostradamus, hizo lo propio; en 1994 en Suiza y Canadá aparecieron 53 miembros suicidados de la secta Orden del Templo Solar, convencidos de la inminencia del fin del mundo. 

En 1995 la secta Aum Shinri Kyo esparció sarín -un gas mortal- en el metro de Tokio, matando a 12 personas e hiriendo a 5 mil.

En el año 2000 se hablaba de un Apocalipsis informático, que las computadoras fallarían, nos quedaríamos incomunicados y que los aviones se desplomarían. 

La ausencia de esas tesis fatales es rara porque existen condiciones para que las haga cualquier fanático, pues nuestra Ciudad tiene gravísimos problemas que podrían considerarse apocalípticos, como son: la falta de agua, la pandemia, la contaminación ambiental, la violencia, la escasez, los infantiles enfrentamientos políticos, y el deterioro actual y futuro de la economía.

Nos falta ese show…