Editoriales

El negociazo

Las películas y programas televisivos son ahora una gran plataforma de ventas que arroja los mejores resultados en el World Business. La película de Tornado, sirvió para promover a la camioneta Dodge, que aguanta cualquier cantidad de golpes y vence terrenos inestables sin perder su estilo elegante y ranger. James Bond consulta su reloj Omega y huye de los peligros en un auto BMW descapotable y brinda con champaña Dom Pèrignon, seduciendo a bellas chicas. Pero los artistas no reciben dividendos de este gran comercio.

Al contrario, cuanto más público los vea, menos dinero ganan, pues la gente lo hace desde su ordenador, que tiene acceso gratis a películas, música, poesía, y arte en general. Se duelen y le llaman “piratería” y nos piden que no bajemos películas gratuitas que atentan en contra de los artistas e intelectuales. Muchas melodías son grabadas en dispositivos conectables a teléfonos celulares que las reproducen en bocinas de alta fidelidad.

Esta vorágine cibernética engrandece fortunas en perjuicio de autores, inventores y artistas. A ellos les pagan por lo que saben hacer en función de las ventas de taquilla y de sus discos. Su arte es usado para el viejo oficio de engordar grandes cuentas bancarias de trasnacionales. Y a nosotros –el público- nos venden aparatos carísimos que conllevan el acceso gratis al trabajo de los artistas e intelectuales. La modernidad nos arrastra a la injusticia, pues necesitamos tener los últimos modelos de aparatos cibernéticos para ser competitivos, y con ellos podemos acceder gratuitamente al trabajo de personas inteligentes y preparadas. Ambos extremos de este perverso proceso económico son explotados por quienes están al centro de él, unos cuantos, los dueños de fortunas inimaginables.