18/Apr/2024
Editoriales

El difícil reto de sobrevivir al Covid-19

Eran las 4:25 de la madrugada del miércoles 24 de junio del presente año cuando un estruendoso rayo, que cayó -no se bien en qué lugar de la capital del estado más grande de México-, interrumpió abruptamente mi sueño. Vaya tormentoso despertar.

Días y noches de intensas lluvias y atípicas tolvaneras, han sido noticia las últimas horas a nivel nacional; sin descartar el temblor de magnitud 7.5 con epicentro en Oaxaca que sacudió varios estados de la República Mexicana, incluida la capital del país. Tantos sucesos, en tan poco tiempo, me han hecho pensar en lo complicado que resulta sobrevivir ahora, cuando todo es muy distinto a lo de ayer.

Y dice un tuit publicado por Tiempo La Noticia Digital a las 5:48 p.m. del día de hoy: Sismo en Oaxaca, polvo del Sahara en Yucatán, tormenta en Chihuahua, tolvaneras en Torreón, halo solar en Tlaxcala y Puebla…

Y yo me pregunto: ¿Qué sigue para mañana?

Con que no sea el fin del mundo, con eso me conformo, aunque tenga que salir a la calle con ese molesto cubrebocas.

Durante algunos minutos, cuando la inolvidable noche de tormenta eléctrica se vivía en Chihuahua (hace apenas unas horas), mientras la lluvia caía, mojando algunas calles e inundando sin piedad a otras; en un intento por recuperar el sueño y volver a dormir, empecé a recordar mi vida cuando nuestro semáforo era verde. Entonces, no existían otros colores, no había restricciones ni tanta preocupación.

Nací cuando el semáforo era verde y crecí viendo siempre ese bello color que ahora significa: libertad total. Jamás –ni por error- imaginé que un día existirían colores que limitarían nuestra movilidad. Con el semáforo en rojo no puedes salir de tu casa, estando en naranja, puedes intentarlo, de vez en cuando, no a todos los lugares, y si, con bastantes condiciones.  Definitivamente, nuestra esperanza en este momento es que ese indicador cambie a amarillo y después pase a verde, aunque nunca vuelva a ser del mismo tono verdoso que antes. Nada volverá a ser igual –dicen algunos-.

Por mi parte, todavía me resisto a creer que vivir nuevamente con un semáforo en verde, de la misma tonalidad que ayer, ya se ha convertido en una quimera. Y a pesar de que he intentado sobrevivir a la pandemia, adaptarme a los cambios, tomarlo todo con cierta calma; a ratos, añoro mi vida de antes. Es algo inevitable.

Tan inevitable como lo fue –en su momento- el reto de conseguir un nuevo trabajo en tres días. Hay quienes no pudieron con eso y lo perdieron todo. Se de muchos negocios y grandes empresas que cerraron sus puertas temporal o definitivamente. Una gran parte de la población mexicana perdió su empleo o su fuente de ingresos de la noche a la mañana. Otros, quedaron a la espera de una llamada para poder regresar a su trabajo, intentando sobrevivir con la mitad de su sueldo. Hay tanto por decir, son miles de historias que contar.

Así van quedando -para el recuerdo- las memorias de un silencioso enemigo llamado coronavirus, que se resiste a morir. Llegó y lo cambió todo. Lo primero que hizo fue mandarnos a casa, había que quedarnos allí, sin perder el control de nuestros actos, conviviendo en armonía con la familia. Cosa que está resultando bastante complicada con tantos días de encierro. Es para volverse locos.

Ahora, nos dicen que debemos aprender a vivir y convivir con ese contagioso virus que amenaza nuestra existencia. Al fin y al cabo, no hay nada que temer, porque para nuestra seguridad contamos con cubrebocas, caretas, guantes -quirúrgicos, de látex o de lo que sea-, desinfectantes en gel y distanciamiento físico: no está permitido estrechar la mano de nuestros amigos, ni abrazar a alguien por ningún motivo, mucho menos debemos dar besos aunque estos sean solo de cortesía. 

Que difícil está siendo esta situación. Sobrevivir en tiempos de pandemia se ha convertido en todo un reto.