26/Apr/2024
Editoriales

Ya olvidé escribir a mano

La modernidad modifica nuestra cultura. Confieso que en los últimos años no he escrito nada en un papel, exceptuando mi firma, pues anoto los asuntos importantes en el celular, algo inimaginable para un tipo que escribe.  

Anteriormente todo lo anotaba en unas tarjetas pequeñas que cargaba en la bolsa de la camisa, y después cambié el lápiz por una pluma que era más cómoda de portar.

Sin embargo, las camisas ya no traen bolsas y los celulares tienen la función de Notas, que casi todos utilizamos. 

La vida moderna modifica nuestras costumbres que son parte importante de nuestra cultura.

Mi actividad principal es leer y escribir, pero ahora todo es en una computadora, ya sea ordenador de escritorio, o en Tableta o en el Celular, al que no le llamo teléfono porque esa función es la que menos se utiliza. 

Cuando estudiaba Ingeniería, el arquitecto Mario de Zamacona me daba clases de dibujo y lo primero que aprendí fue a dibujar las letras de molde. 

Mis escritos eran casi una pieza pictórica, pero hoy día lo que escribo a mano -parece escrito a pie- no se entiende siquiera. 

La escritura moderna nace gracias al invento del lápiz moderno, en el siglo XVI que, se pensaba, sería insustituible porque el recién descubierto grafito encerrado en una funda de madera desplazó a los materiales suaves que dejaban huella cuando se friccionaban en superficies planas. 

Pero el grafito empezó a aplicarse en el proceso de fundición de cañones, y el ejército inglés lo declaró material estratégico de guerra, controlando su explotación, castigando hasta con la horca a los mineros que sustrajeran dicho material de contrabando.

El lápiz fue reinventado -por el francés Jacques Nicholas Conté y el austriaco Hardmuth-, tras la revolución francesa de 1789 utilizando la misma funda de madera pero con grafito y arcilla, lo que abarató y permitió su consumo racionalizado.

La familia alemana Faber Castell, fabricaba no sólo lápices con este producto extraído de una mina de Nuremberg, Babiera, sino materiales y equipos de precisión para los ingenieros del mundo. Hacían una pasta con grafito molido, arcilla y agua que colocaban en barras finas que cocían al horno. En el siglo XIX se incorporaron colores a los lápices, naciendo los populares lápices para los ojos de las mujeres y el rimmel para las cejas. 

Para el borrador no se batalló, porque el químico inglés J. Priestley descubrió que la savia de hevea o “leche de árbol” eliminaba los trazos de grafito. 

El lápiz era súper cómodo pues podía borrarse cuando se necesitara corregir lo escrito, y no manchaba la ropa como las plumas de tinta, que eran de ave. 

Por casi dos siglos todo mundo utilizó el lápiz, pero en cuestión de tres décadas las ‘plumas atómicas’ o bolígrafos, lo desplazaron del mercado por el motivo que más mueve al hombre: la economía. 

Hasta que llegaron los teléfonos celulares que en un solo dispositivo se encuentra una gran cantidad de aplicaciones y, como dijimos al principio, olvidamos escribir a mano.

Gracias a la modernidad dejé de criticar la escritura de los doctores.