25/Apr/2024
Editoriales

La vida es término, pero también principio

Al agradecer el Reconocimiento Corazón de Niño en el Auditorio del Museo de Historia Mexicana, hicimos algunas reflexiones que ahora comparto con los lectores.

Lo primero fue agradecer a Dios, que me brindara salud, a mi esposa y a mis hijos el haberme ayudado en la tarea, y a mis compañeros que la han compartido conmigo. Nos podrán arrebatar triunfos pasajeros, pero nunca la fe en Dios. La fe en nosotros mismos y la gloria más hermosa, la de servir. Tengo también mis mejores expresiones y mis mejores deseos para el Presidente de la Fundación Vázquez Santos, Lic. Jorge Vázquez González, para su esposa doña Leonor y sus hijas, así­ como para su familia y para sus colaboradores.

Agradezco la presencia del Rector de la UANL, Maestro Rogelio Garza Rivera; del exRector Ing. José Antonio González Treviño; el Secretario de Extensión y Cultura de la UANL, Dr. Celso Garza Guajardo; del Presidente de la Sociedad Mexicana de Geografí­a y Estadí­stica, Lic. Julio Zamora; del periodista y escritor Armando Fuentes Aguirre "Catón"; del Cronista de Monterrey, Ing. Leopoldo Espinosa Benavides; del Presidente Estatal de los Cronistas, Profr. Hernán Farí­as; el Dr. José Roberto Mendirichaga, de historiadores y cronistas; en fin, de tantos amigos.

En ocasiones la obra de un historiador va más allá de la tumba, como en el caso del maestro Israel Cavazos Garza, porque queda viva su obra, siguen consultándose sus libros que serán conocidos por las actuales generaciones y las siguientes gracias a la generosidad de la Fundación Vázquez Santos, que próximamente abrirá la Biblioteca del Maestro Israel Cavazos Garza, en la calle de Morelos, en el Barrio Antiguo de Monterrey. El Maestro Cavazos Garza fue el anterior recipiendario del Reconocimiento Corazón de Niño.

José Luis Martí­n Descalzo, gran escritor editorialista y sacerdote español nos narra que: Las veces que tuvo la fortuna de visitar la Basí­lica de la Natividad en Belén recuerda con asombro la puertecilla de entrada que solo mide un metro veinte de altura, por la que solo los niños pueden entrar, o agachándose, si haciéndose pequeño, inclinándose y narra que el guí­a franciscano les explicaba que esta puertecilla fue hecha así­ en la edad media para evitar que los soldados entraran a caballo aterrando a los fieles en oración pero yo seguí­a en mi interior razonando que solo se llega a Dios haciéndose pequeño no subiéndose en las escaleras de ciencia, ni de grandeza no con poder sino siendo pequeño.

Agradezco profundamente el Reconocimiento Corazón de Niño. La verdadera sencillez no tiene más entrada que la pequeñez. Ser niño es vivir en la inocencia. Sus ojos brillan y su mirada se enciende, se iluminan. Saben que son amados y basta un rayo de sol para alegrarse.

Dostoyevsky decí­a que el hombre que guarda muchos recuerdos de su infancia está salvado para siempre.

Yo tengo muchos recuerdos de la niñez. Hace más de 60 años yo jugaba en el patio de la casa de mis abuelos, que era mi mundo. Un mundo de amor, sin prisas y sin odios. Un mundo con amigos. En ese lugar, el abuelo acostumbraba platicar con nosotros. En aquel tiempo en que la energí­a eléctrica no habí­a llegado a las calles y a las casas del pueblo, la luna y las estrellas brillaban con gran intensidad iluminando el pueblo. Cómo no recordar aquellas hermosas noches en que llenamos el alma de estrellas. El abuelo Francisco Salinas nació el mismo año en que surgió el pueblo de Los Herreras --1874—; gustaba de levantarse temprano para sacarle el mayor provecho a la vida. í‰l nos enseñó que el sol del atardecer es el mismo de la mañana y que hay que llevar ilusiones en el corazón. Que son necesarios los valores y los principios. Que debemos amar y tener una razón para vivir. í‰l fue uno de mis primeros amigos. Qué tiempos aquellos en que deseábamos crecer de prisa y que una excursión a la loma o al rí­o, nos parecí­a el más grande y emocionante de los viajes. El momento de hoy en que recibo el Corazón de Niño me ha hecho recordar historias de viejos tiempos. La abuela preparando en la chimenea la comida hecha a base de las recetas que heredó de sus ancestros y que enseñó a mi madre. Tiempos felices aquellos en que todaví­a no tení­amos noticia de la presencia de la muerte entre los nuestros. A menos de un kilómetro estaban la terminal del ferrocarril y el rí­o en el que la luna y las estrellas bajaban a bañarse. Muchos dí­as y noches han transcurrido desde entonces. Sus aguas ya no son las mismas. Pero ¿somos acaso nosotros los mismos? Las estaciones se suceden. La primavera sustituye al invierno y el sol sigue brillando con gran intensidad. Muchas cosas han ocurrido desde entonces. Ya no están los abuelos, ni los padres, ni la mayorí­a de los maestros. Algunos amigos de aquella época ya se han ido. Sin embargo, ahora nos acompañan la esposa, los hijos, los nietos, los alumnos y los amigos actuales. No cabe duda: La vida quita y da. Es como decí­a Raúl Rangel Frí­as, término, pero también principio. Es pérdida y es ganancia. Mientras tanto, en el patio de la casa donde transcurrió nuestra infancia, han regresado los cantos de los pájaros y los colores de las mariposas. Ha renacido la esperanza. Con este Corazón de Niño brotan de nuevo la vida y los sueños.

En su libro LO MEJOR DE CATí“N, Armando Fuentes Aguirre nos cuenta lo siguiente: "Mi nietecita corre hacia mí­ gritando: "¡Ito!". Si alguna vez el buen Dios me dice. "Entra en el Cielo", esas palabras no me sonarán tan dulces como el alegre "¡Ito!" de esta niña mí­a. Tiene mi nieta poco más de un año. Yo tengo todos los demás. Pero hay entre ella y yo secretos que no conoce nadie. Cuando ella corre hecha los brazos hacia atrás. Se rí­en todos al verla, menos yo. Sé por qué pone los brazos así­: antes de nacer era un ángel; sus bracitos son el recuerdo de las alas que tuvo, cuya memoria sigue conservando. "No pierdas esas alas, mi niña; no las pierdas. Te servirán para alejarte de quienes van por el mundo desalados. Los años pasarán. (Ese es su oficio). Perderás la memoria de tus alas. Pero abrazarás a tu abuelo y él sabrá que no son brazos los que ciñen, sino alas de un ángel de ternura que Dios puso en su vida como anticipación del paraí­so". Hasta aquí­ la cita.

La historia la escribimos los hombres. Somos los seres humanos, con inteligencia, es decir con capacidad de entendimiento los que damos dimensión y fisonomí­a al mundo para hacerlo más cruel o más amable; más dulce o más amargo; más lleno de odios o más rico en valores, en alegrí­a y concordia.

El gran tribuno Nuevoleonés Don Nemesio Garcí­a Naranjo expresó: "Cuando caen los arboles es cuando podemos más fácilmente medir su dimensión". Ahora vemos mejor las imágenes de grandes hombres y amigos nuestros, como Alfonso Reyes, Raúl Rangel Frí­as e Israel Cavazos Garza, figuras señeras de Nuevo León y la grandeza de su obra. Su figura y su antorcha luminosa seguirán brillando en el firmamento Nuevoleonés.

Concluyo con las palabras de Don Alfonso Reyes, quien nunca olvidó su niñez, su Cerro de la Silla y su Sol de Monterrey, al que dedicó un poema que entre otras cosas dice: "No cabe duda: de niño, a mí­ me seguí­a el sol". Y nosotros que aun vivimos en Monterrey, respondemos: Ese sol de la niñez de Don Alfonso sigue brillando para nosotros y nos ilumina.

No olvidemos que el fin de la creación literaria es iluminar el corazón de todos los hombres, y en particular de los niños, es el corazón de niño que hoy recibo con gran satisfacción y profundo agradecimiento. Gracias a la Fundación Vázquez Santos, a Doña Leonor y a Don Jorge, por este reconocimiento y a todos ustedes por su presencia.