25/Apr/2024
Editoriales

Entre alegrías, tristezas y sollozos

Es cierto que Churchill a los 91 años peleaba con cualquiera; que Fred Aistare murió de 88 y bailaba como si tuviera 40; y que Olga Kotelko comenzó en el atletismo a los 77 y al morir de 95 había ganado 500 medallas de atletismo para adultos mayores. 

Hay muchos ejemplos de gerontes victoriosos y contentos.

Sus modelos de vida debieran bastar para que un ingeniero mide calles nacido en el centro de Monterrey fuera feliz al cumplir setenta años de edad. 

Ciertamente lo soy, pero reclamo a mis amigos mayores que decían hace tres décadas: _Espérate a que cumplas los sesenta y verás. 

Llegaron y pasaron los sesenta, pero nunca vi nada.

Claro que eso es un decir, pues he visto muchas cosas interesantes. 

Las tristes son de amigos que se fueron dejando asignaturas pendientes en su agenda de vida, o de los que aún viven, pero se sienten fracasados.

Porque tristeza es ver las ingratitudes de otros, o las que padecemos en carne propia; son la cara abominable de la humanidad, pero forman parte de nuestra naturaleza. 

Sin embargo, sería injusto no recordar las cosas buenas que he vivido. 

En esta década de entre los sesenta y los setenta años vi crecer a mi familia con nuevos retoños de vida llamados nietos, que me dieron renovadas alegrías. 

Coseché nuevas amistades que me dan su confianza y conviven conmigo; inicié una nueva carrera que me ha dado satisfacciones tempranas; conocí hermosos lugares. 

Encontré en este tramo del camino a personas buenas que, sin interés alguno, me obsequiaron su luz en mi nuevo oficio y dispensaron mis errores sin mayor trámite.   A esta edad, muy pocas personas y cosas me deslumbran. 

Sí, cumplo setenta felices años teniendo a mi amada y leal esposa y a las siguientes dos generaciones; cómo voy a estar triste.

Desde luego que en estos diez años anteriores sollocé no pocas veces. 

Las injusticias y las envidias son los perros del mal que nos ladran a diario, y que algunas veces me arrancaron algún sollozo que despisté para no dar pie a que se creciera la ingratitud.

Regresando a la edad, el setenta se compone de un siete y un cero. 

Entre los símbolos, el siete significa orden completo; corresponde a la estrella de siete puntas, a la conexión del cuadrado y el triángulo. 

Y el siete es también un número cabalístico que representa la fortuna.

El cero, por su parte, fue “descubierto” por los mayas, lo que orgullosamente nos permite tener un lugar en la historia universal del conocimiento.

El cero no tiene valor por sí mismo, pero combinado con otro número lo multiplica por diez. 

Y es el caso, el setenta podría ser sesenta más diez, pero no, es siete más cero.

Lo festejo porque los números cerrados contienen cierta magia. 

En los grandes almacenes siempre quieren “redondear” nuestras cuentas para –supuestamente- ayudar a los necesitados, pero siempre las cierran al número superior.    

En fin, los septuagenarios vemos las cosas de otro modo: casi ninguna parece absurda. 

Ahora, me da la impresión de que tengo algo que pocas personas poseen: Vida!